Revista Cultura y Ocio

El calor de diciembre (8)

Publicado el 21 diciembre 2014 por Elarien
El calor de diciembre (8) CAPÍTULO 8: EL SUBMARINO
Star ascendió hasta confundirse con una nube. Nicole siguió el camino de la nube en forma de reno hasta que la vio disolverse en copos de luz blanca y trenzarse con los rayos de sol.
En el Polo, un destello se alzó sobre el horizonte y dibujó un arco sobre la neblina. Nicolás y Helga reconocieron el singular arco con alegría.
- ¡Es Star!- exclamó la abuela - ¿Traerá a Nicole?.
El arco tocó el suelo y en ese punto se levantó un remolino de luz y nieve. En su interior, la reno recuperó su forma. Los ancianos intentaron disimular su desilusión al descubrir la ausencia de su nieta.
- Lamento venir sola pero nuestro iceberg era tan pequeño que apenas había espacio para despegar y habría sido imposible hacerlo con Nicole – se disculpó Star. - Además, ella no quería marcharse sin el Trineo.
Papá Noel asintió, ya contaba con ello.
- ¿Qué tal está? - preguntó Helga.
- De momento sigue bien, aunque no sé hasta cuándo. Necesita ayuda, y es urgente. El fragmento de hielo se disuelve por momentos y las corrientes lo arrastran a toda velocidad. Va directo hacia las templadas aguas del Golfo, y una vez allí dudo que resista demasiado.
Nicolás apoyó su mano sobre el lomo del animal y le rascó suavemente el cuello, por detrás de las orejas; sabía que esa caricia le gustaba.
- Al menos tú estás aquí y con tu ayuda será todo mucho más sencillo - declaró. - ¡Sin tener una idea precisa de su ubicación no lograríamos dar con ella a tiempo! ¿Dónde la dejaste?
- Cuando salí acabábamos de dejar atrás la bahía de Hudson, pero por lo que pude calcular en el aire de su velocidad y trayectoria deduzco que ya andará cerca de Florida.
- ¿Tan rápido?- se asombró Helga.
- La corriente era muy fuerte - explicó Star – y el témpano tiene una forma afilada, casi como la de una quilla, que favorece su progresión.  Por eso creo que no hay tiempo que perder o el hielo se fundirá con el calor de Florida.
Aquellas noticias no parecieron inquietar demasiado a los ancianos, aunque sí que provocaron que ambos se pusieran inmediatamente en movimiento.
- Estoy totalmente de acuerdo - convino el abuelo. - Debemos ponernos en marcha cuanto antes. Espero que las reparaciones hayan concluido
- ¿Reparaciones? ¿Qué había que reparar? - preguntó extrañada la reno mientras les seguía. ¿Acaso poseían algún medio de transporte que ella desconocía? Le extrañó no dirigirse al taller, sino en dirección contraria, hacia la costa. - ¿Dónde vamos?
- Vamos a los muelles de la antigua base científica – le respondió Helga
Star cada vez estaba más desconcertada. No comprendía de qué hablaban.
- No disponíamos de medios para salir en vuestra búsqueda. Con el Gran Trineo a la deriva tan sólo contábamos con los renos navideños y estos, como bien sabes, no pueden volar grandes distancias salvo la noche del 24. Fue a Helga a la que se le ocurrió la idea de reflotar el viejo submarino.
- ¿Tenemos un submarino? – se sorprendió Star - ¿Desde cuándo?
- En realidad se trata de los restos de un antiguo modelo de guerra que encontramos hace unos años y al que le dimos uso como almacén y fuente de piezas para las máquinas del taller. Supusimos que en su momento fue hundido por un torpedo porque tiene, mejor dicho tenía, un agujero enorme en su casco. Nunca pensamos que lo usaríamos como vehículo pero, dada la coyuntura actual, nos ha parecido la mejor solución. Hemos aprovechado los muelles de las base científica abandonada para montar un astillero y recomponerlo. Los mecánicos se han ocupado de su estructura, los electricistas han sustituido los cables y las conexiones, que falta le hacía, estaban en pésimo estado, y los ingenieros han actualizado todo el equipo electrónico. Por supuesto, los informáticos han enredado a sus anchas con todo tipo de artilugios, los que quedaban y unos cuantos más que han encontrado no sabemos dónde, aunque tengo mis sospechas, hasta restaurarlos a su estado original. Le han instalado no sólo ordenadores de última generación, sino sónares, radares e incluso los más avanzados sensores de ondulaciones marinas. Según ellos todo con el fin de facilitar la búsqueda.
Star no necesitó preguntar de dónde habían salido semejantes avances tecnológicos. Conocía los deseos de los niños casi desde el principio de los tiempos y, en los últimos años, habían cambiado mucho. Excepto en el caso de los bebés, los muñecos y los juguetes más tradicionales se habían visto relegados a un segundo plano. Los libros, en formato tradicional, aún captaban el interés de un grupo minoritario cuyos fieles miembros permanecían incondicionales a la letra impresa. Para los demás, la tecnología primaba por encima de todo. Algunos duendes, la mayoría, estaban completamente enganchados a las videoconsolas, tánto que había incluso listas de voluntarios dispuestos a comprobar el funcionamiento de cada nuevo juego y experimentar con los nuevos programas. ¡El problema venía después, cuando llegada la hora de empaquetarlos había que arrancárselos literalmente de las manos! A Star no le cupo duda de que el montaje del submarino les tendría a todos entusiasmados.
El calor de diciembre (8)Al llegar al improvisado astillero, la reno se quedó boquiabierta ante el espectáculo: un agujero en el hielo hacía las veces de dique; alrededor, dispersas por doquier, se disponían miles de herramientas procedentes de mecanos e innumerables piezas de maquetas y de distintos juegos de construcciones. De todos los rincones surgían verdaderos enjambres de duendes que se multiplicaban mientras trabajaban a destajo para darle los últimos toques al casco. Star distinguió a Alfred a lo lejos, con la cabeza cubierta por un casco de operario. Lo reconoció por la carpeta que siempre llevaba encima, esa en la que organizaba las plantillas de trabajadores, habitualmente para el taller y ahora para el improvisado astillero, y de la que no separaba jamás hasta que casi parecía formar parte de su anatomía. Star estaba segura de que dormía con ella en brazos.
- ¿Te apetece subir a curiosear? - indagó Helga al ver su gesto de asombro.
- Por supuesto.
Nicolás y Helga ascendieron por la escala para alcanzar la escotilla y penetrar en el buque. Star se limitó a saltar a cubierta y, desde ahí, casi flotó a su interior.
La sala de máquinas era un pandemónium. Debía de haber casi el mismo número de duendes dentro que fuera. Milagrosamente nadie chocaba con nadie y, aunque no había hueco para moverse, nadie paraba quieto. Los ingenieros comprobaban los ordenadores encargados de controlar el funcionamiento del aparato. Ya era la tercera prueba que realizaban con la excusa de que no querían que se les despistase ningún fallo. Aprovechaban cada ensayo para añadir chips y novedades a los programas con el fin de aumentar la velocidad de los procesadores. El resultado les tenía tan fascinados que, casi, casi, se habían olvidado del motivo ulterior de toda esa parafernalia. Al descubrir a los recién llegados pegaron un respingo de sorpresa.
- ¡Todo en orden, Almirante Claus!- bromeó Peer, el ingeniero jefe.
- Creo que ese papel le corresponde a mi superior – respondió el abuelo con un guiño a su mujer.
- Nombramiento aceptado -aprobó ésta sin remilgos. -Espero que un toque femenino nos haga ganar ritmo. ¿En qué fase estamos? ¿Han terminado ya con el casco?
- Por aquí ya está todo verificado y listo para entrar en funcionamiento. Lo de fuera no lo sé, pero lo compruebo por radio en un momento – le respondió Peer que se aproximó con respeto a un precioso aparato de brillante cromado y globulosas válvulas con aspecto de grandes bombillas. Santa Claus le interrogó con la mirada. - Sí, ya sé que posiblemente no fuese necesario montar un aparato tan complicado pero es que ¡es tan bonito y suena tan bien que he sido incapaz de resistirme! Además, apenas me llevó un segundo, prácticamente sólo requería un poco de limpieza y mínimos ajustes. Seguro que en las profundidades nos resulta la mar de útil - se justificó el duende.
Al lado de aquel hermoso ingenio había un diminuto teléfono que fue el que empleó el ingeniero para comunicarse con el arquitecto naval. Éste les informó que habían retirado las últimas vigas y que esperaban la autorización para proceder a llenar el dique de agua.
- Podemos navegar – confirmó el ingeniero.
- Perfecto. ¡Vamos a ello! – declaró el Sr. Claus.
- No tan deprisa o ¿ya has olvidado quién da aquí las ordenes? – le recordó Helga. - Antes de zarpar, Star debe desembarcar para que nos informe desde el aire de la posición de Nicole. De paso también necesitaríamos algún medio para comunicarnos con ella.
El ingeniero rebuscó con cuidado entre los diversos cachivaches que le rodeaban, antes de encontrar un botón que enganchó al collar de la reno..
- Nada más sencillo - afirmó. - Es cuestión de ponerle en el cuello este transistor de seguimiento. Un simple chip como este y, ahora, a través del ordenador, la tendremos siempre localizada. ¡Ya está ahí! - ¿Lo veis? – y les señaló un punto azul en la pantalla. - De hecho, podemos incluso diseñar nuestra trayectoria en función de la suya.
Helga asintió satisfecha. Nunca había sido muy amiga de abusar de la tecnología aunque, en los últimos años, el robot de cocina que casi guisaba solo la había reconciliado bastante con los “dichosos cacharros”, como los denominaba en sus crisis de exasperación. Puede que para la rutina diaria resultasen algo complejos pero sin duda era evidente su enorme utilidad para el espionaje. Peer salió a la cubierta acompañado por Star y el matrimonio Claus. La reno brincó inmediatamente a tierra y aquella fue la señal para abrir las compuertas. El agua entró a raudales y, en apenas unos segundos, inundó el dique. El viejo submarino flotó en la piscina excavada en el hielo, encendió sus motores y penetró en el océano tan veloz como un torpedo.


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