“El periodista, ¿nace o se hace?”, solía preguntarme a menudo, en tono socarrón, un veterano compañero de la radio en mis comienzos. Lo que sí sé es que el periodista no descansa, solía contestarle. Ni siquiera en vacaciones. Periodista se es 24 horas al día, 365 días al año y, si me apuran, toda la vida.
Desde que el sábado supe de esta historia, no dejé de darle vueltas. Estoy de descanso, es verdad, pero no me pude abstraer ante lo ocurrido este pasado fin de semana. Este sábado, en el campo de El Esparragal, en el término municipal de Puerto Lumbreras, un grupo de temporeros se encontraba trabajando a pleno sol. Las previsiones meteorológicas avisaban desde hacía días de lo dura que sería la jornada sabatina. Casi 44 grados y medio, la temperatura más alta del país, se registraron en los termómetros de la pedanía lorquina de Zarcilla de Ramos, a unos pocos kilómetros de allí. Con todo, los responsables de esa explotación agrícola optaron por no aplazar la faena, obligando a las cuadrillas a trabajar en las horas centrales del día.
Después de toda una mañana cortando sandías bajo un sol de justicia, con un calor abrasador y poca agua a su alcance, uno de los jornaleros comenzó a dar señales de indisposición y debilitamiento por efecto de la insolación. Los que deciden en el tajo optaron, no por llamar directamente al teléfono de Emergencias 112 sino por subirlo a una furgoneta y trasladarlo a las inmediaciones del centro de salud de Sutullena, en Lorca, en cuya puerta lo abandonaron, avisando ahora sí telefónicamente a los servicios sanitarios. La indumentaria del hombre denotaba a lo que se estaba dedicando laboralmente cuando le sobrevino el episodio. Cuando la ambulancia llegó, poco pudieron hacer los componentes de su equipo por rehabilitar a aquel hombre, de 42 años, nacionalidad nicaragüense y sin contrato ni papeles en regla en España, como más tarde confirmarían las autoridades correspondientes. En la mañana del domingo, la Guardia Civil detenía al responsable de este grupo de trabajadores, un hombre de origen ecuatoriano y de unos 50 años de edad, cuyo cometido es el de seleccionar temporeros pero que, en ningún caso, era el propietario de la finca. Este lunes quedaba en libertad tras declarar ante el juez por vídeoconferencia.
Quise saber más, a primera hora de este lunes me puse a ello, de ese desdichado jornalero que, en otras circunstancias, pasaría desapercibido entre tantos inmigrantes como trabajan en nuestros campos. Contacté con algunos exiliados nicaragüenses en España que me confirmaron que se trataba de Eleazar Blandón Herrera, de 42 años, natural del departamento de Jinotega, una región masacrada por las guerras históricamente en ese país. Casado, con su mujer embarazada y con varios hijos que allí quedaron, Eleazar llegó a España, vía Bilbao, el 20 de octubre del año pasado “huyendo del régimen sandinista y de la represión del dictador Daniel Ortega“, según me aseguraron esas fuentes, por lo que había solicitado asilo político en nuestro país. Allí había participado en manifestaciones y protestas contra el Gobierno, por lo que recibió severas amenazas de advertencia sobre su seguridad y la de sus hijos. Vino hace unos tres meses a la Región de Murcia procedente de la vecina provincia de Almería, donde reside una hermana, de nombre Ana Patricia. Encontró trabajo en la agricultura, recolectando sandías de sol a sol, de 7 de la mañana a 6 de la tarde por unos 30 euros diarios y en función de la carga que suban a los camiones. Aún no tenía regularizada su situación legal de residencia, por lo que su relación contractual era precaria. Trabajaba en lo que hiciera falta con tal de sacarse un jornal con el que ir viviendo y enviar algo a los suyos. No lo tuvo fácil; y menos aún con el trato recibido por los jefes y alguno de sus compañeros de la cuadrilla, que solían mofarse de él. Lo suyo sí que fue un exilio duro y en directo, no como esos otros reales que resuenan en diferido. Ahora, repatriar su cuerpo no está al alcance económico de su familia, que ya ha pedido ayuda solidaria a través de las redes sociales. Y nunca en mis cuentas, sobre todo en Facebook, un post había tenido semejante repercusión como los que colgué sobre este lamentable asunto.
Que las generalizaciones son odiosas, ya lo sabemos; la totalidad de los empresarios agrícolas en esta Región no son unos explotadores insensatos e insensibles frente a la condición humana. Pero sí hay algunos de ellos que más bien parece que aún están instalados en la creencia de que aquí todavía uno se pueden regir por leyes esclavistas, como las que antaño estaban en vigor en los estados sureños de los Estados Unidos de América, allí donde Alex Haley situó su novela ‘Raíces’, demoledora y cruel historia del esclavo de origen africano al que todos llamaban Kunta Kinte.
Es evidente que este jornalero nicaragüense murió, según el parte médico, por efecto de un golpe de calor, provocado por un delito flagrante de sus jefes, que se saltaron los mínimos preceptos contenidos en las leyes de prevención y salud laboral. Una fuente consultada en la Inspección de Trabajo me reconoce que no tienen suficientes efectivos para controlar las cientos de explotaciones agrarias repartidas por la geografía regional, por lo que no es de extrañar que ocurran estas cosas. Y no, no es la primera vez que esto pasa, por lo que, de una vez por todas, la legislación, aunque fuera de oficio, debería caer con todas sus consecuencias sobre esos perfectos sinvergüenzas que consienten que, en pleno siglo XXI, existan seres humanos trabajando a casi 50 grados de temperatura a costa de sus propias vidas.