He leído en algún sitio que la primera idea de establecer un horario de verano fue de Benjamín Franklin, allá por el siglo XVIII. Pero lo que parece seguro es que la medida empezó a aplicarse en Europa durante la Primera Guerra Mundial para ahorrar energía en el alumbrado. Después de la guerra, algunos países como Francia la abandonaron para volver a ella durante la crisis del petróleo en 1973, que fue el año en que el cambio de horario (verano-invieno) se implantó de manera generalizada en muchos países del mundo con la misma justificación: ahorrar energía aprovechando la luz solar adicional de las tardes de verano.
En cuanto a España, ya se comenzó a adoptar durante la guerra civil pero de forma un tanto caótica, con diferentes horarios en las zonas nacional y republicana. Al finalizar la guerra se volvió a la normalidad hasta que en 1974 se estableció el horario de verano como ahora lo conocemos.
Pero de aquello hace más de 40 años, estamos en le siglo XXI y, aunque sigamos en crisis, cada vez hay más voces que cuestionan el cambio de horario, y cuyos argumentos se sustentan en numerosos estudios e informes que revelan los escasos niveles de ahorro energético conseguidos y el fastidio generalizado que provocan.
En lo personal, antes de informarme sobre este particular y sin más argumento que la incomodidad que me causaba, de siempre me he mostrado poco partidario del dichoso cambio. Por un lado, en mitad del otoño, cuando te vas acostumbrando de mala gana a que las largas noches veraniegas disminuyan con rapidez, de un día para otro atrasan la hora y te quitan por completo la poca tarde que te quedaba. Y después, en primavera, cuando tu cuerpo se ha hecho al horario –qué remedio le quedaba al pobre−, cuando más deprisa crecen las tardes y te vas haciendo, e incluso disfrutando de ese progresivo alargamiento, de golpe te metes en las diez con luz diurna. Siendo así, me pregunto (y supongo y espero que nos lo preguntemos muchos), si ese tan cacareado (y al parecer cada vez menor) ahorro energético de verdad justifica el cambio de hora, si justifica las evidentes molestias qu
e causa al ciudadano de a pié.
En Francia, que suele estar a la vanguardia de Europa en muchos de estos aspectos de interés ciudadano, su senado se planteó ya en la década de los noventa la idoneidad del cambio horario. Y este mismo año, la Ministra de Medioambiente ha anunciado que se está estudiando seriamente su continuidad. Esta claro que en Europa, una decisión de este calibre es difícil tomarla de manera unilateral, puesto que existen varias directivas europeas que lo regulan y una gran interrelación, sobre todo económica, entre todos los países que la conforman. En Chile, por ejemplo, que no forma parte de la UE han sido más tajantes y han abandonado este año el doble uso horario.
No obstante, en la UE se han encargado varios estudios y encuestas al respecto y el debate, de momento, se ha aparcado en beneficio de otros temas “más urgentes”. De los estudios encargados por la UE, uno, de 2007, concluye que la hora de verano permite un pequeño ahorro de energía. Y otro, de 2014, concluye que, pese al limitado ahorro energético, “el status quo es preferible para la estabilidad y buen funcionamiento del mercado interior”. Y yo me pregunto: ¿de qué mercado?, ¿de las bolsas, los bancos y esos agentes económicos que tanto se preocupan por el binestar general?
Estos argumentos, la verdad, parecen de poco peso y dudo que compensen las molestias o los perjuicios para la salud general de los ciudadanos, los ritmos biológicos, la calidad del sueño, etc., aunque esto es seguro que variará mucho de una persona a otra.
En todo caso, lo que más me decepciona del tema del cambio de horario es que el debate, que está sobre la mesa en parte de Europa y del resto del mundo, a las autoridades españolas, a nuestros líderes políticos, parece que les trae al fresco. ¿O alguien ha escuchado a alguno de ellos decir algo al respecto, siquiera insinuarlo? He visto dedicar horas y horas de TV y páginas y más páginas en los periódicos a temas infinitamente más banales y frívolos que éste. Y en cuanto a los medios dinerarios, a ese erario público tan meticulosamente recaudado, y sin embargo gastado con tanta alegría, derrochado o incluso malversado, ¿no merecería invertir una pequeña parte de él en hacer un estudio serio sobre este tema?
No sé si quienes opinamos que el cambio horario es innecesario somos unos pocos, una minoría respetable, mayoría simple o una mayoría aplastante, pero creo que nos merecemos que las autoridades españolas tomen un poco en serio, por una vez, el bienestar de sus ciudadanos.