Editorial Anagrama. 289 páginas.
Primera edición de 2013.
Igual que en septiembre de 2010
asistí en la Casa de América de Callao
a la presentación de la novela Blanco nocturno de Ricardo Piglia (Adrogué, Argentina,
1940), he vuelto a acudir allí este septiembre, tres años después, para
escuchar a Piglia hablar de El camino de Ida. Quizá fue un poco
extraño que los organizadores no previeran que iban a presentarse más
asistentes que los 81 asientos que estaban preparados en una sala del sótano,
lo que provocó que entre veinte y treinta personas tuvieran que escuchar a
Piglia de pie, apoyados en las paredes o sentados en el suelo. En todo caso
mereció la pena. Piglia estuvo tan simpático y elocuente como lo recordaba.
La primera vez que acudí a escuchar
a Piglia aún no había leído Blanco
nocturno, pero esta vez me había acabado El camino de Ida unas horas antes de la presentación.
El camino de Ida guarda una estrecha relación con Blanco nocturno: ambas novelas son mucho
más claras en su concepción y desarrollo que las primeras del autor (Respiración
artificial o La ciudad ausente), que eran más
experimentales y barrocas.
El camino de Ida comienza como una novela de campus norteamericana:
Emilio Renzi, personaje que aparece en varios de los libros de Piglia, recibe
una invitación para dar clase “en la elitista y exclusiva Taylor University”
(pág. 13), que se encuentra a sesenta kilómetros de Nueva York, y que parece un
trasunto de la universidad de Princeton, donde Piglia ha trabajado como
profesor. Renzi es un hombre cansado, un escritor que hace mucho que no
publica, que sufre de insomnio y de soledad; un hombre que ya ha superado los
cincuenta años y que se siente invisible para las mujeres.
Durante la primera parte de la
novela, el personaje nos describe su vida en la universidad de Taylor, la
relación con sus alumnos, a los que habla de los libros de W. H. Hudson, y la convivencia con sus compañeros, expertos en una
sabiduría literaria que siente inútil en la vida real (“Saben que en el mundo
exterior a nadie le interesa demasiado la literatura y que son los
conservadores críticos de una gloriosa tradición en crisis”, pág. 35). En
realidad la universidad es un refugio del mundo exterior: “Al recorrer la
biblioteca pensé que los volúmenes estaban hechos de la materia densa que
siempre me ha permitido aislarme del presente y escapar de la realidad”, nos
dice Renzi en la página 16.
El estilo es rápido, con mucho ritmo.
Muy norteamericano en su contemplación de la realidad, ya que Piglia posa su
mirada sobre los personajes desde la pincelada y la sutileza, no los explica
apenas. Mostrándonos algunas de sus pautas de comportamiento, el lector va a
deducir su personalidad. El elenco de personajes secundarios es muy variopinto
y rico, y la descripción escueta de sus vidas da al libro un halo muy poético.
Renzi comenzará a relacionarse
con la brillante y decidida profesa Ida Brown, que se convertirá en una
obsesión para él.
La novela de campus acabará
convirtiéndose en una novela negra cuando uno de sus protagonistas muera en extrañas
circunstancias (prefiero no revelar quién, y doy un consejo a aquellas personas
que se acerquen al libro: mejor no lean la contraportada). Entonces Renzi
decide contactar con un detective privado para que le ayude a resolver el
posible crimen. Piglia se declara un admirador de la novela negra (en especial
de Raymond Chandler) y ya se ha
valido de ella en la composición de otras novelas, como la mencionada Blanco nocturno. Me llamó la atención,
al escuchar a Pligia en la Casa de América, que la descripción del encuentro
con el detective Parker de la novela esté prácticamente tomada de un encuentro
de Piglia con un detective real en Estados Unidos. Me gustó percatarme de esta
imbricación entre lo real y la ficción.
Quizá, debido a que es marcadamente
autobiográfica, la primera mitad de la novela es la mejor del conjunto. Los
detalles son tan nítidos que muchos parecen estar tomados de la realidad (como
el del detective y, como imagino, otros más). Cuando la novela de campus de
convierte en novela negra El camino de
Ida mantiene su interés, pero al encajar una parte más ficcional con una
más realista, el lector acaba percibiendo ese choque de distintos trenes. En
algún momento, Renzi deja de hablarnos de sí mismo para hablar de otros
personajes que entran en la trama. La biografía del asesino en serie, por
ejemplo, es una narración profundamente norteamericana: ese personaje que
rechaza el progreso y envía bombas a profesores universitarios parece una
creación de Jonathan Franzen o de Richard Ford.
Uno de los factores que juegan a
favor de El camino de Ida es que,
además de ser una narración profundamente norteamericana, como ya he señalado,
no deja de ser también una narración profundamente argentina. En la concepción
de la obra, Piglia se guía por una forma de narrar elegante y erudita (las
reflexiones sobre la literatura y la vida norteamericana son constantes), pero
a la vez el personaje no deja de comparar su vida evocada en los Estados Unidos
(la novela está ambientada en torno a 1994-1995 y parece estar narrada desde la
actualidad) con su pasado argentino de unas décadas antes del tiempo de la
narración. Así, comparará el impacto sobre la realidad de la violencia en
Estados Unidos con la violencia sufrida en Argentina en los años setenta tras el
golpe militar de Videla.
El camino de Ida me ha
gustado mucho, me ha parecido una novela emocionante, reflexiva, con algunas
páginas perdurables, escritas en estado de gracia por un gran escritor en plena
madurez creativa. Me parece una novela a la misma altura que Blanco
nocturno, o quizá superior. A pesar de ser una gran novela, en Blanco nocturno el planteamiento del
misterio policial era superior a su resolución. En El camino de Ida, aunque el autor juega a crear dos novelas (una
costumbrista de campus y una novela negra con asesino en serie), las dos partes
(aunque sobresale la primera) acaban compaginándose de forma notable.
Me gustaría finalizar esta
entrada, además de animando a la gran lectura que es El camino de Ida, recordando las últimas palabras de Ricardo Piglia
en la presentación del viernes 20 de septiembre en la Casa de América, porque
me encantó su jovialidad y su entusiasmo. Piglia es un escritor de 73 años que
tiene ahora mismo entre manos tres proyectos: el primero sería escribir una
novela sobre su abuelo, un inmigrante italiano en Argentina, que en el año
1915, en plena Primera Guerra Mundial, decide enviar a su mujer embarazada de
vuelta a Italia para tener allí al que será el padre de Ricardo Piglia. El
segundo proyecto es escribir un conjunto de relatos con Croce, el policía del
pueblo de Blanco Nocturno, como
protagonista, solucionando enigmas no necesariamente criminales. Y el tercero
sería un ensayo sobre la figura del escritor en la literatura y que se
emparentaría con su obra El último lector.
Espero que Ricardo Piglia escriba
esas tres obras y que yo pueda leerlas con el mismo entusiasmo con el que he
leído sus dos últimas novelas.