Andy Robinson, La Vanguardia
Dirán “alarmista” y sonreirán con superioridad como hicieron hace 10 ó 15 años cuando advertíamos sobre la desastrosa ortodoxia del proyecto euro (ver mi capítulo “Why employability won’t make the euro work” y el de Jonathan Michie en este libro de 1998). Pero existen paralelismos entre la zona euro en estos momentos y la economía del patrón oro en los años veinte. No sólo lo digo yo sino Wolfgang Munchau del FT, Barry Eichengreen de Berkeley y Heiner Flassbeck de la UNCTAD. Y si el nuevo monstruo de dos cabezas y cuerpo de asno de la euro ortodoxia es Merkozy, la herramienta de tortura podría llamarse, quizás, patrón eoro. Ha salido un artículo sobre el tema hoy en la edición impresa de La Vanguardia, pero he aquí otras reflexiones al respecto.
La idea del patrón eoro que estrangula la actividad económica en la zona euro se me ocurrió durante la habitual transmisión navideña en Inglaterra de la película El Mago de oz, basada en el cuento de Frank Baum. Escrito a principios del siglo XX, es una alegoría sobre la maldad del patrón oro y un llamamiento a ampliar la base monetaria y librar al mundo (y al mediooeste de EE.UU.) de la deflación de precios y salarios con la incorporación de la plata al patrón. Esta ampliación heterodoxa fue defendida por Baum y otros silver bugs como el candidato demócrata a las elecciones presidenciales de 1896 William Jennings Bryan, ante los ortodoxos hegemónicos del patrón oro y su estrecha base monetaria. Bryan, dicho sea de paso, tuvo la réplica perfecta para el patriotismo hipócrita de Wall Street en su defensa del patrón oro. Cuando J.P. Morgan anunció que “América es suficientemente buena para mi”, Bryan respondió: “¡Pues, que nos la devuelva!”, una respuesta que Barack Obama jamás daría a Jamie Dimon pese a Occupy Wall Street.
Según explica Peter Bernstein en El oro: historia de una obsesión, (Ediciones B, 2005), Dorothy, intepretada por Judy Garland en la película, personifica “al valiente pueblo estadounidense en su lucha contra los titanes de las finanzas”. No sé a quien personifica el espantapájaros con su inmortal canción: “¡Si solo tuviera un cerebro!”, pero parece el perfecto personaje para encarnar a nuestros líderes en esta crisis, todos desde Ángela Merkel a Mariano Rajoy, empeñados en aplicar más austeridad cuando la austeridad ya aplicada será responsable -según las últimas previsiones de mi empresa de análisis predilecta de la City, Capital Economics- de dos años más (2012 y 2013) de crecimiento negativo en la zona euro y aún más paro, en lo que parece ya una década perdida. El scarecrow parece el personaje perfecto para representar a economistas como el flamante secretario de estado Jaime García Legaz con sus extrañas ideas sobre los rescates ortodoxos y heterodoxos y sus temores a una inflación inexistente. Las simplezas sobre la necesidad de “apretar cinturones” tras haber vivido “por encima de nuestros medios”, y advertencias (esas sí alarmistas) sobre el “peligro de dar a la maquinita de imprimir dinero” no pueden sino recordar la descripción de HG Wells del patrón oro: “una estupidez magnífica y sincera”. El resultado es sadomasoquismo macroeconómico y, como dice aqui Larry Elliot de The Guardian, no funcionará. Pero así nos van arrastrando por el mismo "camino de los ladrillos amarillos" que acabó hace 80 años en la Gran Depresión.
El patrón oro dio lugar a muchos llamamientos a patriotismo masoquista. Bernstein describe las medidas que el gobierno británico conservador de Stanley Baldwin consideraba imprescindibles para defenderlo en 1926 “Todos los trabajadores de este país tendrán que aceptar recortes de salarios para levantar la nación”, dijo Baldwin en 1926 mientras la economía se deslizaba hacia la depresión, y el paro se acercaba a un récord histórico de siete millones.
Si el llamamiento de Baldwin a una austeridad patriótica recuerda a los últimos discursos de jefes de gobierno europeos desde Atenas a Madrid, pasando por Roma y Dublín, no se trata de una casualidad histórica. Existen inquietantes similitudes entre la economía del patrón oro –que mantenía las divisas de las grandes economías en una relación estable mediante su convertibilidad en oro a un precio fijo- y la unión monetaria europea en su crisis actual.
Una reducción drástica de salarios era necesaria en el Reino Unido a mediados de los años veinte –según insistía la revista The Economist- para cerrar la brecha de precios con EE.UU. y evitar más ventas de oro. El patrón oro, adoptado en 1925 en el Reino Unido tras suspenderse al inicio de la Primera Guerra Mundial “había servido para reforzar todas las virtudes victorianas de economía y prudencia; era objeto de reverencia para la banca”, explica Liaquat Ahamed en su último libro Los amos de las finanzas (Deusto, 2010)
Era, ante todo, una herramienta de disciplina, “tan necesaria como la fuerza policial”, según insistía el ciclotímico gobernador del Banco de Inglaterra Montagu Norman.
Para países deficitarios como el Reino Unido, hacían falta recortes salariales y austeridad para reducir la demanda de importaciones y evitar las ventas de oro necesarias para financiar el déficit. Desde la Primera Guerra Mundial, EE.UU. había reforzado su competitividad manufacturera y registraba enormes superávit comerciales frente a las economías europeas.
Poco a poco, todos los países fueron adoptando políticas de contracción de la demanda y recortes salariales para defender al patrón oro. “La palabra de rigor era sacrificio”, explica Bernstein. Los precios cayeron en todos los países en una espiral de deflación. Tras el crash de 1929, incluso EE.UU., el único gran país acreedor de los 59 miembros del patrón oro, se sumó a la filosofía ortodoxa de recortes de gasto y reducciones salariales para bajar costes y precios y salir de la crisis.
Russell Leffingwell consejero de JP Morgan en los años veinte resumió la ortodoxia imperante: “El remedio es que la gente deje de escuchar la radio; que deje de beber ginebra y deje de bailar jazz; que vuelvan a la vieja economía de prosperidad basada en el ahorro y el trabajo”.
Pero el efecto de la austeridad sobre el conjunto anulaba las subidas de la competitividad individual. “Conforme las exportaciones caían en cada país no quedaba más remedio que restringir la demanda interna para bajar las importaciones”, resalta Benstein.
El resultado de tantas políticas deflacionistas adoptadas simultáneamente fue la Gran Depresión, un catastrófico descenso de actividad económica y del comercio mundial que condenó a millones al paro, a la pobreza y al hambre. ”Todo el mundo había pensado que el patrón oro era un paraguas de estabilidad pero resultó ser un camisón de fuerza”, escribe Ahamed.
Puede ser exagerado comparar este proceso auto destructivo con la crisis de la unión monetaria europea. Pero cada vez más economistas temen ya que la nueva ortodoxia en boga desde Berlín a Madrid, empieza a desencadenar una dinámica parecida al patrón oro. “El paralelismo con la Gran Depresión es obvio; el euro actúa como un patrón oro actual con políticas fiscales pro cíclicas y deflación que eleva el peso de la deuda”, advierte Wolfgang Munchau, economista de Euro-intelligence en Bruselas. “Si lees ahora Las consecuencias económicas de Mr Churchill (la famosa polémica de John Maynard Keynes contra el patrón oro) resulta muy actual; sabía la locura de tratar problemas de competitividad con austeridad fiscal y recortes de salarios”.
Heiner Flassbeck, economista jefe de la UNCTAD y ex asesor de Oskar Lafontaine cuando éste era ministro de Economía alemán. “Hay muchas diferencias pero la idea de que todos recortando salarios pueden recuperar competitividad a la vez, es un error exactamente igual que el del patrón oro”, dijo.
Pero quizás la advertencia más preocupante es de Barry Eichengreen, experto en sistemas monetarios y autor del libro Golden Fetters, the gold standard and the great Depression 1919 to 1939 (Oxford University Press,1992), el estudio definitivo sobre la relación entre el patrón oro y la Gran Depresión “En algunos sentidos, es penosamente similar” me dijo. “Primero porque se vuelve a albergar la idea de que la austeridad en sí misma es un camino para salir de una crisis de deuda; segundo porque no hay respuesta del BCE”.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización