Existe algo, un todo indiferenciado, que antes de los cielos y la tierra.
Sólo tiene imágenes abstractas, ninguna forma concreta. Es profundo, oscuro, silencioso, indefinido; no oímos su voz. Asignándole un nombre, lo llamo el Camino.
El Camino es infinitamente elevado, insondablemente profundo.
Abarcando el cielo y la tierra,
recibiendo de lo que no tiene forma, produce una corriente que fluye intensa y ampliamente sin desbordarse.Opaco, se sirve de una clarificación gradual mediante la calma.
Cuando se aplica, es infinito y no tiene día ni noche; pero cuando es representado, ni siquiera llena la mano.
Es reducido, pero puede expandirse;
es oscuro, pero puede iluminar; es flexible, pero puede ser firme.
Absorbe lo negativo y emite lo positivo,
manifestando así las luces del sol,
la luna y las estrellas.
Gracias a él son altas las montañas,
son profundos los océanos, corren los animales,
vuelan los pájaros.
Gracias a él vagan los unicornios, remontan el vuelo los fénix,
siguen su curso las estrellas.
Garantiza la supervivencia mediante la destrucción,
la nobleza mediante la bajeza, y el avance mediante la retirada.En la antigüedad, los Tres Augustos alcanzaron el orden unificador del Camino y permanecieron en el centro;
sus espíritus vagaron con la Creación, y así reconfortaban a todo el mundo en los cuatro cuadrantes.
De esta manera, el Camino produce el movimiento de los cielos
y la estabilidad de la tierra,
girando incesantemente como una rueda,
fluyendo sin cesar como el agua.
El Camino se encuentra en el principio y en el fin de las cosas:
cuando se levanta el viento,
se condensan las nubes,
ruge el trueno y cae la lluvia, respondecomo un concierto sin fin.