Mira que eres bonita. Y puñetera. Mira que te quiero y te odio, aunque esto último sabes que sólo un momento. Mira que te pones sexy cuando te enfadas. Mira que me vuelves loca cuando te ríes... y me contagias.
Te tuteo porque me da la gana, porque hay confianza y porque... ¿te he dicho que te quiero? Me has nombrado tantas verdades en tantos años que ya no puedo más que hacerte mía. Siempre fuiste mía. Me lo dijiste mil veces, las mismas mil que hice oídos sordos. Pero ahora entiendo que no puedo volver atrás ni saltar hacia adelante. Si te digo la verdad, tampoco me importa. Porque sólo es preciso esto que tengo en frente, este momento. Después, quién sabe. Nadie sabe. Nunca se sabe...
Te has ido muchas veces por la puerta de atrás. O quizás fui yo quien dio el portazo a la de entrada. El caso es que hemos estado demasiado sin mirarnos a los ojos. Y me he perdido tanto de ti que no sé si me dará tiempo a recuperarlo. ¿Tú que crees? Bueno... sé qué me dirás. Que esto es fácil. Que no duele. Que no tengo más que cerrar los ojos y abrir las manos, y a ver qué pasa. Tú siempre tan optimista. Me pregunto cómo he podido dejarte atrás tantos años... Cómo he podido no romperme en pedazos, si mis pies no se correspondían con mis pasos.
Pero ahora vuelves. Y estás preciosa. A veces recorro tu nariz con mi dedo índice, porque la perfección de ti misma también se esconde ahí. O te acaricio la mejilla para que dejes caer el peso de tu cara sobre la palma de mi mano... Eres bella. Pero no esa belleza que cansa: eres la que no se puede dejar de mirar. Eres bonita; quizás la más bonita que he sentido jamás. Y tu mirada es tan profunda que me entiendes cuando tengo que apartar la mía. No soporto (aún) todo el amor que se desparrama justo ahí. No estoy acostumbrada a que me quieran tanto. Sin más. Querer por querer. La mejor multiplicación que existe...
Tengo que confesarte que alguna vez llegué a creer en que te irías. Que sería un nunca más y que me lo tendría merecido. Por terca. Por cobarde. Por echarme para atrás cuando lo único que me pedías era echarme hacia adelante. Quizás nunca me creí del todo aquello de que me sostendrías siempre. Daba igual como yo estuviera: tu cuerpo sostendría al mío. Esas promesas dan vértigo. Porque si son verdad, ¿cómo se compensa? Los te quiero mucho se quedarían vacíos. Y las palabras, también.
Me has enseñado que en esos momentos lo mejor es no esperar nada. Lo bueno llama a lo bueno. Parece ser que es una de esas Leyes Sagradas que mueven todo lo que existe. Y que el resto vendrá sin más. La misma mecánica con la que el invierno es traspasado por la primavera y después por el verano.
"Cuando no sepas qué decir, mira. Mira en silencio. Sonríe mientras miras. Eso es todo".
Eso me lo has enseñado tú. Mi resguardo. Mi clave de Sol. Mi mejor capricho. El camino que elegimos: esa eres tú.
Gracias, Rocío, por no dudar de mi. Por haberte recuperado justo cuando yo también lo hacía.