Revista Infancia
Hubo algo extrañamente revelador tanto emocional como espiritualmente, que experimenté en mi propio “debut” paternal y que nadie, por más que lo intentara habría podido jamás explicármelo con palabras, o por lo menos con una explicación que se acercara remotamente a lo extrañamente vivencial y “holística” que fue la experiencia como tal.Fue una especie de reconexión o “despertar” de algo que estaba dormido y muy bien guardado en un oscuro rincón de mi alma, y que de no haber sido por el remolino de recuerdos, vivencias y sombras que comenzó a desempolvar, quizás habría pasado desapercibido como cualquiera de los “ataques de luna llena”, que suelen invadirme una vez al mes y que mi esposa suela achacar a mi naturaleza “canceriana” y un ligero toque de bipolaridad que siempre me ha hecho recordar que soy humano.De repente, al mirarme al espejo, me encontraba frente a frente con un pequeño disfrazado de adulto, completamente aterrado, desorientado y paralizado, dudando entre sonreír o llorar cuando me atrevía a verle fijamente a los ojos.La extraña e inesperada mezcla de emociones, el alboroto del entorno y el miedo a lo que me deparaba el futuro inmediato, me impedían ver la gran oportunidad que me estaba regalando la vida de encararme a mí mismo, sin máscaras emprendiendo el tan necesario viaje de auto sanación que necesitaba para aligerar mi carga de sombras y convertirme en un confiable soporte emocional para la díada mama-bebe que tanto necesitaba mi apoyo en ese momento.Y justo allí, en esa reconexión con mis propias sombras, en ese necesario período de introspección y auto-análisis fue cuando comencé a reconciliarme con el niño herido y asustado que aun temblaba dentro de mí. Comencé a abrazarlo cada vez que abrazaba a mi bebé. Comencé a hablarle en el espejo y a decirle que todo iba a estar bien de allí en adelante. Comencé a perdonar a mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis maestros, mis “amigos” y a mí mismo (trabajo que no es nada fácil y en el que aún trato de mantenerme constante).Todo esto me ha permitido crecer como ser humano, explorar mi propia espiritualidad, reconectarme con mi misión de vida, y desprenderme de mi propio Ego para así transformarme en quien soy, o creo ser, hoy día: un adulto con alma de niño, lo suficientemente humilde para reconocer, encarar y bendecir sus errores, siendo capaz de recorrer de nuevo cuantas veces sea necesario, el camino que un día olvidó.Nuestros hijos (especialmente en sus primeros años de vida) son como espejos de su entorno directo, por lo que como papás deberíamos tratar de estar lo más libre de culpas, rencores y lastre emocional que nos sea posible. Debemos recordar que para nuestros pequeños y para nuestra pareja somos algo así como una columna sostenedora. Si estamos plagados de sombras no sanadas y desestabilizados emocionalmente, obviamente no podremos ser un verdadero sostén tanto emocional, como moral y espiritual. Pienso que esta es la clave de nuestro papel como papás. Sostener, cuidar, proteger y amar… pero sanando, creciendo y reencontrándonos. Estoy totalmente convencido de la importante que es este rol sanador de Papá en ese proyecto que me atrevería a llamar “La nueva familia”, responsable de construir granito a granito el nuevo Mundo. Ese mundo en el que la violencia, el desamor y el Ego ya no deberían tener cabida. En el cada uno de nosotros debería reencontrar su camino...Por Elvis Canino