Quiero empezar un breve recorrido por el mundo de las drogas en nuestro pais desde el tardofranquismo hasta nuestros dias. La historia más reciente sobre los consumidores de drogas comienza en el no lejano año de 1973, en pleno tardofranquismo, cuando gobernaba el almirante Carrero Blanco. En ese año se introduce el fallido art. 344 bis, en el Código Penal, que castiga el consumo y tráfico de algunas drogas, para adaptar la legislación española al “Convenio Internacional de Viena de 1961”, y a la “Convención Intemacional sobre sustancias psicotrópicas” de 1971. Hasta ese año, también había en España el carnet de “extradosis” por el cual algunas personas consumidoras de opiáceos podían acceder a dosis legales de morfina en la farmacia.
En los años 70 se siguió vendiendo en las farmacias españolas anfetaminas, a pesar de la prohibición internacional. ciudadanos de Europa, en especial estudiantes, venían a por las denominadas “drogas españolas”; marcas como: Bustaid, Dexedrina, Centramina, Maxibamato, Minilip, Estil-2, Preludim Compositum, etc. “Anfetas” que fueron consumidas por toda una generación de usuarios. Cuando muere el general Franco en España había pocos consumidores de opiáceos, pero bastantes de derivados del cannabis (hachís), anfetaminas y “tripis”. En estos años se crea una red clandestina de tráfico de drogas vinculada a grupos sociales marginados y sectores de ciudadanos de ámbito geográfico perjudicados por las reconversiones industriales y económicas. Un ejemplo muy claro es la situación de los pescadores en Galicia. La reconversión naval, el agotamiento de los tradicionales caladeros debido a la sobrepesca y la contaminación marítima, y la ampliación a 200 millas de las aguas jurisdiccionales de muchos países, llevaron a la miseria y al paro a miles de familias trabajadoras. Muchos marineros se ven obligados a trabajar para subsistir en las incipientes redes de contrabando de hachís, creadas a partir de las mismas redes de contrabando de tabaco rubio americano que en Galicia existían desde los años 50. En los años 80, las redes gallegas del tráfico de drogas dan el salto al Atlántico y entran en contacto con los cárteles de la cocaína de Colombia y México, para introducirla en España vía Europa. Los clanes de la comarca de Arousa seguirán importando hachís adulterado de Marruecos y verán ampliado su negocio con la cocaína.
En 1985 el primer gobierno del PSOE aprobó el “PIan Nacional contra la Droga”. Este plan es la respuesta del Estado ante el enorme aumento del consumo de drogas ilegales en los años 80. El estado decide reorientar la “Guerra contra las Drogas” hacia una doble óptica: represiva y terapéutica. A la vez que comienza a articularse todo un aparato para-gubernamental de asistencia a los “drogadictos”, en manos de sectas y grupos religiosos mesiánicos y redentoristas. El estado crea su propio aparato terapéutico-represivo a partir de un “lumpen” mafioso, universitario y político cercano al PSOE: médicos, farmacéuticos, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, etc., muchos de ellos en paro, pero otros ya pluriempleados al servicio de distintas administraciones y negocios privados.
La contrarreforma del Código Penal de 1988 vuelve a aumentar las penas para cualquier clase de tráfico de drogas. Se crea la fiscalía especial antidroga. La “Ley Corcuera” vuelve a criminalizar a los consumidores. El art. 25 considera infracción grave a la seguridad ciudadana el consumo en lugares públicos. También es grave la “tolerancia” del consumo o la falta de diligencia en impedirlo en establecimientos públicos. Por esta disposición han sido multados y cerrados cientos de bares en toda la Península Ibérica.
La década de los años 80 fue una época terrible para los consumidores de drogas opiaceas. La aparición del VIH-SIDA, la reaparición de la tuberculosis, la extensión de las hepatitis y enfermedades infecciosas entre los usuarios de heroína callejera adulterada diezmó a toda una generación rebelde. Las personas que consumían “caballo” se veían abocadas a todo un círculo vicioso de robos, trapicheos y venta de todas sus pertenencias para poder comprar la droga. Si a esto sumamos la falta de una adecuada higiene personal en la inyección de la heroína (compartir jeringuilla, uso de aguas fecales, algodones y filtros contaminados y la adulteración del “caballo” con polvo de talco, yeso, polvos de ladrillos o tejas, estricnina, azúcar, colacao, aspirinas machacadas, etc.) vemos que no es de extrañar que a finales de la década, cientos de personas comenzaran a morir en las calles de todas las grandes ciudades. La falta de techo y alimentación regular, unido al estrés de las continuas detenciones y síndromes de abstinencia también tuvo una importancia decisiva en el deterioro físico y mental de los consumidores de heroína. Los años más graves en pérdidas de vidas humanas fueron el 89, 90, 91 y 92. Miles de personas, una parte significativa de la generación de los 60 y 70 murieron en la calle, en las cárceles y en las salas de “apestados” de los hospitales. Las crónicas de sucesos de los periódicos de esos años están llenas de noticias relativas a personas encontradas muertas por “sobredosis”. Nunca se hacían autopsias, ya que entonces se demostraría que el causante de las muertes era la “rascada de la pared” y la mezcla de somníferos y barbitúricos, en especial “Rohipnol”. La heroína era el culpable perfecto. El chivo expiatorio de tantos suicidios e incluso asesinatos. La metadona llegó demasiado tarde para miles de personas. El PNCD (plan nacional control de drogas) del año 85, ya preveía la creación de los C.A.S. (centros de atención y seguimiento de drogodependencia) donde se administraría metadona gratuita. La realidad fue que hasta el año 92 no empezó a darse metadona gratuita. El aparato médico se oponía, aunque muchos de ellos en sus consultas privadas la recetaban generosamente previo pago de 5.000 ptas. En un ejercicio de cinismo social, hoy en día son furibundos partidarios de la metadona y enemigos de los programas de heroína. En los 90 también se aprobó el nuevo Código Penal. Código más represivo si cabe que el anterior. Las penas por tráfico de drogas aumentan significativamente de 5 a 9 años, además de que la eliminación de la redención de penas por trabajo llevará al cumplimiento íntegro de los condenados. ( Extracto de un texto de la Associació Lliure Prohibicionista (Barcelona))
Quiero compartir un fabuloso escrito sobre la droga en nuestros dias visto desde el punto de vista del articulista y escritor Pio moa que ha sido publicado en alerta digital y dice asi :
El espectáculo de chicos y algunas chicas, con expresión estupidizada, tirados por el suelo en parques o estaciones de metro, de jeringas manchadas de sangre en fuentes públicas, portales etc., fue una estampa típica del posfranquismo, como he recordado en La Transición de cristal.
El impacto de la droga fue mucho peor que el del terrorismo en cuanto que mató a miles de jóvenes o les lesionó el cerebro. Desde entonces el consumo de psicotrópicos ha aumentado, con cambios en su consumo, así el de heroína ha bajado y subido el de la cocaína, en la que, al igual que en el cannabis y drogas de diseño, tenemos el dudoso honor de ser el primer o uno de los primeros países de Europa. También ha aumentado el alcoholismo.
No especularé aquí sobre la conveniencia o no de legalizar tales sustancias, o de abaratarlas, etc. Trato el fenómeno, como en el caso del divorcio o el aborto, desde el punto de vista de la masificación de tales conductas y la salud social.
Un efecto llamativo de las drogas es su repercusión económica. Así como el aumento de la delincuencia ha generado boyantes negocios de compañías de seguridad, policías privadas, abogados, industrias de puertas blindadas, sistemas de alarma y de vigilancia, etc., antaño casi desconocidas, la droga ha impulsado negocios legales de tratamiento, rehabilitación, publicidad, con miles de especialistas en el manejo de la plaga. El dato, del mayor interés económico-moral, recuerda la fábula de Mandeville: los vicios privados hacen las virtudes públicas, dando ocupación e ingresos a numerosas personas. Para algunas de estas, la expansión de la droga (o de la delincuencia) se convierte en una bendición: por algo los ingleses declararon a China dos guerras para imponerles el consumo masivo del opio, del que los comerciantes británicos y useños extraían cuantiosas ganancias. Y de paso instalaron en China el Gibraltar de Hong Kong.
Quiero indicar sobre todo una faceta que casi nunca se toca: la actitud social hacia la droga. Cuando yo era joven, su consumo crecía con rapidez en Europa occidental, pero muy poco en España. La causa no era una supuesta mayor efectividad policial sino que socialmente, entre los jóvenes también, se consideraba el consumo de drogas como indicio de degradación personal. Fue más tarde cuando empezó a verse como un mal inevitable y hasta un hecho progresista o liberador. Debe recordarse que ciertos partidos, en especial el PSOE, jugaron un importante papel en la “desdramatización” de la droga, que tan caro han pagado miles de jóvenes y sus familias.
Finalmente, aunque ello no agota el tema ni de lejos, debe relacionarse la expansión de la droga con el fracaso o la degradación familiar vivida en estos años. A menudo los padres han dejado de ser un referente ético o educativo, y muchos jóvenes encuentran la vida normal demasiado pesada sin ayuda de psicotrópicos.
Opino que el consumo de drogas es uno de los índices más significativos de la salud o calidad de vida de una sociedad. Y la de España en este aspecto no solo es mala, sino que ha empeorado durante todos estos años.