Revista Baloncesto
Tengo que reconocer que mi simpatía por Golden State Warriors viene de lejos, desde que entró en casa vía regalo una camiseta con el 17 a la espalda. En aquel momento no sabía absolutamente nada de aquel equipo ni del portador de ese número. Mi tío me explicó que se trataba de Chris Mullin, la estrella de la franquicia de Oakland. Desde entonces una vinculación especial me unió a Mullin y los Warriors, incluido mi corte de pelo de mozo.
Golden State ha tenido cierta mala suerte, contando con uno de los mejores entrenadores que ha dado la historia moderna en la NBA, Don Nelson, que no logró plasmar en títulos todo el buen trabajo que llevó a cabo en equipos con talento pero francamente ególatras. En los Warriors impulsó un estilo alegre y ofensivo que hizo florecer a Tim Hardaway y a Mitch Richmond, que motivó al propio Mullin y sirvió de gran lanzadera para Marciulionis. Con ellos muchos en Europa situaron en el mapa al equipo, del que poco o nada se sabía en la época de Joe Barry Carroll como estandarte.
Equipos meritorios se iban deshaciendo y la dirección deportiva sufrió vaivenes propiciados por la falta de sintonía del proyecto entre el piso noble y la pista. Nelson salió por la puerta de atrás y nunca se encontró un recambio de garantías ni un rumbo definido. Parecía condenado el equipo de la Bahía a permanecer en la mediocridad. Ni Twardzik primero ni St. Jean después fueron certeros en elecciones del Draft, y el sobrecoste de la plantilla con jugadores de segunda fila lastraba el futuro de la franquicia. La retirada del legendario Mullin le aguardaba un puesto directivo y con su sabia nueva y gente muy próxima a la casa parecía que los brotes verdes aparecerían, aunque las lesiones y situaciones inesperadas de gestión de plantilla dejaron a las puertas del éxito su proyecto.
En época presente se apostó por retirar veteranos del proyecto y bajar la media de edad de forma casi irreverente. Un antiguo referente de la liga como jugador y ahora brillante comentarista de televisión, Mark Jackson, era el elegido para reconducir todo el talento a objetivos muy ambiciosos, y aunque su única temporada al frente del equipo fue más que meritoria, la falta de conexión entre el coach y jugadores y directivos propició su salida. Entonces las miradas se centraron en Steve Kerr, deseado por una decena de franquicias para su estreno como entrenador jefe. A Kerr le gustó la frescura de Golden State y vio cosas altamente interesantes que le hicieron decantarse por la oferta de los Warriors. El inicio del presente curso despertó admiración, y enseguida se consideró a su róster como contendiente al título. Las etapas se fueron quemando y Curry hizo palidecer al resto de candidatos a MVP con una temporada para el recuerdo. Pero no fue él la clave esencial para la consecución del anillo esperado sino las prestaciones del veterano Iguodala. Mientras que la defensa y la atención se centraba en frenar a Curry y Klay Thompson emergía ese plus necesario para los momentos de mayor calor en la cancha. Iguodala aceptó un papel secundario saliendo del banquillo con minutos limitados. Kerr pensaba en reservarle para el momento justo, ese punto distinto que da campeonatos. Conseguido el título, no puedo evitar acordarme de la camiseta con el número 17 y de Chris Mullin. Enhorabuena a Golden State Warriors.