Revista Cultura y Ocio

El campo

Por Calvodemora
El campo
Cortijo del Chusco, Carretera Grazalema-RondaFotografía: Fernando Oliva
No tener intimidad con la naturaleza, no haber paseado de madrugada por el campo, ni haber sentido crujir la hierba o escuchar cómo tiembla el aire cuando se enfurece. No tener ningún recuerdo perdurable que yo ubique en el campo ni, a mi pesar, albergar la esperanza de que mi sensibilidad, la que pueda tener, se enamorisque del rumor de la luz cuando invade la paciencia de los árboles o cuando la noche lo impregna todo y el campo se vuelve olor puro, metáfora de algo que no se percibe con claridad, pero que sabemos valioso y a lo que, sin saberlo, nos inclinamos. Amo la naturaleza a la que no voy. Se me ha educado fuera de ella, pero comprendo que únicamente hay salvación en ella. La ciudad es una extensión bastarda del campo. Las calles son una insolencia, todo lo urbano es un simulacro. No hay día en que no comprenda que ando el camino equivocado, pero no hay tampoco ninguno en que no me obstine en confiar en que no tengo otro camino sobre el que sepa caminar. Me he criado en la ciudad, se me ha despertado todas las inquietudes en las aceras, en las avenidas comidas de tráfico, en el olor sucio de los claxons, en la proximidad del asfalto. No hay argumento serio que justifique esta desviación mía, no tengo asidero fiable sobre el que explicar el porqué de mi ceguera. Porque ando ciego, no veo con claridad. Me fascina la luz del campo, la del cortijo de Chusco, en Cádiz, fotografiada por mi amigo Fernando, que es un alma sensible como ninguna que yo haya conocido. Veo ese registro de la luz y lamento todo el tiempo perdido. Siento que no haya tenido una educación campestre. No hay que buscar culpables, no se pueden fijar, darles la responsabilidad de que las cosas hayan sucedido como sucedieron. Es una de esas cosas que no sabe uno explicar o que explica con atropello, sin esmero a veces, como si eludiera un relato razonable o como si pretendiera (tal vez sea eso) tapar ese error interior. Nada de lo que ahora escribo hará que mañana sábado salga de la ciudad (o del pueblo, viene a dar lo mismo) y me refugie en el campo y trate de aliviar o de compensar el tiempo perdido. No haré tal cosa. Me limito a exponer un desajuste, sólo trato de evidenciar una de mis muchas extrañezas. 

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