Revista Cultura y Ocio

El candor

Por Calvodemora
Encontré anoche, distraída en un álbum, una fotografía mía de 1972, calculo, ya que no registra fecha al dorso. Yo con mis seis años en un patio de vecinos en la calle Jaén con la mirada como arrasada por un vértigo de juegos. El cuerpo flacucho huyendo del invierno. Las gafas sin Julio Verne todavía, ni Robinson Crusoe, ni Jabato. Toda esa evidencia de candor en las mejillas y, probablemente, una hormiga muerta en el bolsillo. El pasado abandona estos retratos en un cajón: uno ya no duda de que la vida cobra ávaramente sus tasas. Ebrio de ahora, escribo en este día con el que empieza septiembre mi tristeza correctísima, mis gozos y algunos indicios fiables de sombra en el cuerpo, que ya no es flacucho (me remito a la contundencia de mi peso) ni huye (como antes) del invierno. Ahora me pierdo en el frío, que ya se va viendo venir, con la timidez habitual, sin voluntad de ocupar el aire aún caliente del verano. Ahora mis gafas han leído a Verne (esa manía de Julio cuando es Jules igual que Charles Dickens no es Carlos Dickens) y a Musil y a Cortázar y han recorrido el mundo en dos mil películas (serán más), en casi tantos libros y en muchísimas (créanme) barras de bar, pero no tengo hormigas en los bolsillos y dudo que tenga alguna vez candor en las mejillas porque el tráfago de los días te oxida el pulso y te deja una costra de desconfianza en los gestos. Así que he mirado la fotografía (de la que prescindo dar restitución) con arrobo y la he vuelto a colocar en su sitio. Me la hicieron para que ahora escriba este quebranto demartes sin prodigios. La tarde está gris. Ir a trabajar me ha dado hambre. 

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