Día 1
Ayer entregamos temprano. Demasiado temprano, según la opinión de la trabajadora del poligráfico que estaba loca por terminar su turno y la hice estar un par de minutos más de lo que “le tocaba”.
Yo también creo que entregamos demasiado temprano, aunque no por las mismas razones que ella. A pesar de mis esfuerzos por relajarme, no hubo manera de que la sensación de incertidumbre se fuera. Me sentía como una de esas liebres que sale a campo traviesa y se encuentra todo incómodamente en calma.
Estaba convencido de que iba a recibir una llamada en la madrugada anunciándome algo terrible, un disparate total en la portada, un problema con la tipografía, algo. O peor, que a la mañana siguiente íbamos a descubrir que se habían impreso miles de diarios de la Feria Internacional del Libro de La Habana (FIL) inservibles.
Pero llegué hace unos minutos y no parece que algo haya salido mal. Revisé El Tintero –que por su azaroso proceso de creación recibió de parte nuestra el cariñoso título nobiliario de El Tintero de los cojones– y el primer número de El Cañonazo, y todo parece estar bien. Inquietantemente bien. No sería una sorpresa si de repente aparecen unos colmillos de ninguna parte y me revientan la yugular.
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