Revista Cultura y Ocio
Releo El cantar de Roldán, gran epopeya carolingia que versionó Benjamín Jarnés para la Revista de Occidente en 1926 y que ahora recorro en la edición de Alianza Editorial. Y, con ese placer que obtenemos de las lecturas sosegadas, me absorbe y me cautiva como quizá no lo hizo cuando lo estudié durante mi etapa universitaria.Aquel Carlomagno que, impasible a sus doscientos años y exhibiendo una noble barba florida, se yergue sobre el caudal narrativo; aquel arzobispo Turpín que, belicoso y tremebundo, confiesa los pecados a los miembros de la tropa y “por penitencia les manda herir sin tregua” (secuencia LXXXIX); ese Roldán lleno de inconsciencia que pone en peligro a sus hombres y que ocasiona finalmente su desgracia; esa pobre Alda que, conocida la muerte de su prometido, se resigna a ingresar en el mismo territorio (“A Dios no le place, ni a sus santos, ni a sus ángeles, que, muerto Roldán, quede yo viva”, secuencia CCLXVIII); esos terribles espadazos que suelta Oliveros (“Hiere a un infiel, Justino de Valdeherrero. Le parte por mitad la cabeza y le raja el cuerpo y la loriga recamada, y la preciosa silla de oro y piedras engastadas; y al caballo le parte el espinazo”, secuencia CVII); esas reflexiones que se deslizan de vez en cuando en el texto medieval (“Mucho aprendió el que conoce el sufrimiento”, secuencia CLXXXIV)… Y hasta una curiosidad hípica, que quizá algún experto pueda dilucidar con más tino que yo: el caballo que tiene “largos los flancos, ancha la grupa y alto el espinazo. Su cola es blanca y amarilla la crin” (secuencia CXIV), ¿podría ser un ejemplar Herrenhausen, capa Isabela?El placer de las relecturas.