El 15 de octubre de 1788 la fragata real Bounty zarpó del estuario del Támesis rumbo a Tahití. La misión de la nave no era de exploración en los Mares del Sur, cosa habitual en aquella época. Esta vez se trataba de recoger una gran cantidad de brotes del árbol del pan en aquella isla polinésica y transportarlos a las Indias Occidentales.
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Poco antes, el año 1767, James Cook había comprobado que el fruto de este árbol constituía una parte muy importante en la alimentación de los pobladores de Tahití y las autoridades británicas querían aclimatar el árbol en las Antillas para alimentar a la creciente población esclava de las islas que estaban bajo su soberanía, sobre todo la de Jamaica.
El capitán William Bligh y la rebelión de la Bounty
La fragata estaba al mando del teniente William Bligh, un hombre joven pero con mucha experiencia en el mar. Incluso había viajado con James Cook en el último gran viaje de éste y había sido testimonio de la muerte del célebre explorador a manos de los nativos. El mismo comandante se encargó de reclutar a la tripulación que necesitaba para llevar a cabo su empresa, cuarenta y cuatro hombres entre oficiales y marinería.
El viaje a Tahití duró más de lo previsto. Al no poder llegar al Pacífico a través del cabo de Hornos, la Bounty tuvo que hacerlo por el cabo de Buena Esperanza. Es decir, por una ruta más larga, la del Índico. Durante el viaje hubo momentos de tensión por diversos motivos. El teniente Bligh discutía a menudo con los oficiales, algunos de los cuales también eran tenientes y no compartían sus decisiones. Pero el mando de la nave lo tenía él y tenían que acatar sus órdenes les gustaran o no.
Tras diez meses de navegación la fragata llegó finalmente a Tahití, que entonces se llamaba Otaheite. El barco permaneció en la isla más de lo previsto. Por una parte, recoger miles de brotes de las raíces del árbol del pan, plantarlos en las macetas y transportar a éstas hasta la bodega de la fragata comportaba mucho trabajo. Por otro lado, era necesario hacer reparaciones en la nave después de un viaje tan largo.
Los nativos tahitianos acogieron bien a la tripulación. Ésta comía en abundancia carne de cerdo, fruta y verdura. Por otra parte, las isleñas eran muy generosas con ellos. Las costumbres sexuales de los Mares del Sur era algo que siempre sorprendió a los primeros navegantes que recorrieron aquel vasto territorio oceánico. En comparación con la rígida moral inglesa, aquello era el paraíso. Al final ocurrió algo que Bligh ya debía de temer.
Durante los cuatro meses que la Bounty estuvo anclada en Tahití la disciplina se relajó. Controlar a la marinería de una nave a bordo -un espacio pequeño- es más fácil que hacerlo en tierra. Cuando llegó el momento de partir, muchos tripulantes lo hicieron con desgana. Como nadie les esperaba en Inglaterra, preferían quedarse en la isla. Este debió ser un factor importante del motín.
El motín que hizo famoso aquel viaje estalló tres semanas después que la Bounty zarpara de Tahití. El robo de algunos cocos fue tan solo el detonante. A finales del siglo XVIII y principios del XIX se produjeron muchos motines en barcos británicos. El de la Bounty sólo es el más conocido, en parte gracias al cine. Las causas de aquellas sublevaciones eran diversas: maltratos, poco sueldo, mala alimentación, añoranza del hogar tras meses de ausencia…
Nunca se aclaró si el motín fue un acto premeditado o espontáneo. En cualquier caso, no hubo heridos ni muertos. El oficial que lideró el motín se llamaba Fletxer Christian. Los que no quisieron seguirle fueron obligados a subir a una chalupa de siete metros de eslora. Se les permitió cargar en el bote comida, bebida y algunos objetos. Pero ninguna carta marina, ni tan solo una brújula. Por razones obvias, tampoco ninguna arma de fuego. Tan solo cuatro sables y un arpón.
Dieciocho hombres siguieron a Bligh. Era el 27 de abril de 1789. Los infortunados navegaron durante cuarenta y ocho días hacia el oeste, rumbo a Timor, la última de las grandes islas situadas al este del archipiélago de Indonesia. Por el camino encontraron algunas islas. En la primera uno de los tripulantes fue abatido por los isleños, y este suceso les hizo tomar precauciones. En algunas islas deshabitadas pudieron desembarcar, recoger agua potable y alimentos, descansar a placer. En otras, la actitud hostil de los indígenas les impidió hacerlo. El teniente Bligh llevaba un diario en el que anotaba las incidencias. Pero su principal ocupación fue racionar la bebida y los escasos alimentos de que disponían.
Por fin, exhaustos, con la piel y los huesos, enfermos de escorbuto, sedientos y hambrientos, los tripulantes de la chalupa llegaron a Timor, donde encontraron una base holandesa. Habían recorrido unos 5800 kilómetros. Desde el siglo XVII Timor había quedado dividida entre holandeses y portugueses. Muchas naves hacían escala allí. Cuatro hombres de Bligh fallecieron tras llegar a la isla.
Cuando los supervivientes se restablecieron, viajaron a Inglaterra a bordo de un mercante holandés. Entre 1791-1793 Bligh dirigió una segunda expedición a bordo del Providence para introducir trescientos árboles del pan en Jamaica. Esta vez lo consiguió. Más tarde fue ascendido a capitán y nombrado gobernador de Nueva Gales del Sur, en Australia. También allí tuvo que hacer frente a una sublevación, ésta de grandes propietarios.
Y mientras tanto, ¿qué había sucedido con la Bounty? Los amotinados, tras lanzar al mar las macetas que contenían los preciados brotes, regresaron a Tahití y disfrutaron de los placeres que les ofrecía la isla. Pero no por mucho tiempo. Para capturar a los amotinados y llevarlos ante un tribunal el gobierno británico envió a Tahití la nave Pandora, que llegó a la isla el 23 de marzo de 1791. Tres ingleses se entregaron, los demás fueron apresados más tarde. Desafortunadamente, la Pandora tuvo un viaje de regreso accidentado en un arrecife a causa de la incompetencia de su comandante.
Los amotinados que no murieron en el accidente fueron llevados finalmente a Inglaterra y juzgados. Algunos acabaron colgados. En cuanto al capitán Bligh, fue exonerado de toda culpa. Algunos historiadores creen que fue demasiado duro con sus hombres, otros piensan que se limitó a cumplir con su deber.
Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
Marcel Thomas: El drama de la Bounty. Barcelona, 1969.
Caroline Alexander: La verdadera historia del motín de la Bounty. Planeta, 2005.
Jacques Brosse: La vuelta al mundo de los exploradores. Reseña, 1985.
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