Pedro Paricio Aucejo
La tendencia natural del hombre al saber queda perfeccionada por la acción del Espíritu Santo con la gracia especial de la sabiduría. Como tal carisma, es una emanación de la gloria de Dios –reflejo de la luz eterna– que prepara y dispone a quien lo recibe para contribuir a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Ejercida la sabiduría de modo plenamente conforme al impulso auténtico del Espíritu –es decir, según la caridad–, es un hálito del poder de Dios, por lo que no prevalece sobre ella la maldad. Así sucedió en el caso de santa Teresa de Jesús, a quien, sin el menor asomo de duda, le fue reconocido oficialmente este carisma en su beatificación, en su canonización y en su nombramiento como primera doctora de la Iglesia.
Como recuerda el profesor Ros García¹, ya entre los años 1591 a 1611, en que se desarrollaron los procesos de beatificación y canonización de la monja abulense, quedó testificado con tal unanimidad el origen carismático de su doctrina que los jueces del tribunal de la Rota, nombrados para examinar los testimonios de dichas causas, concluyeron que Teresa de Ahumada había recibido el carisma de la sabiduría y que en ella se realizó expresamente tal y como lo explicara santo Tomás de Aquino (1225-1274) en la Suma Teológica, con “lenguaje de sabiduría y de ciencia”, “gracia del lenguaje” y “gracia de discreción de espíritus”.
Con la información contenida en las fuentes documentales de estos procesos, los tres auditores ofrecieron su relación al papa Paulo V (1550-1621), en la que hablaron así de sus dones carismáticos: “Que tuviese un conocimiento sublime de las cosas divinas y una gran erudición de las humanas, lo prueban sobradamente los libros que nos ha dejado escritos… que se han traducido a varios idiomas, y corren de mano en mano por la Iglesia de Dios, alabando todos su doctrina no solo como verdadera y católica, sino como infundida por Dios”. Esto lo dedujeron principalmente de los testimonios de 85 testigos que depusieron en los procesos, entre los que hubo seis prelados –un arzobispo y cinco obispos–; nueve maestros, doctores y catedráticos en las universidades de Salamanca y Coimbra; y los restantes, unos fueron canónigos magistrales y lectorales; otros, religiosos graves y peritos de las Órdenes de santo Domingo, san Francisco, san Agustín, san Bernardo, Carmelitas, Benedictinos, Jerónimos, Cartujos, Jesuitas, Trinitarios, Mercedarios; y otros eran presidentes de los Consejos Reales o consejeros de los mismos.
Algunos de ellos manifestaron “la gran utilidad y fruto espiritual que en la Iglesia de Dios se sigue de [sus escritos], pues hablando de la alteza de los divinos misterios de nuestra fe y sus celestiales secretos con tanta claridad y sabiduría –cosa que ella no pudo adquirir con el estudio por no haberse dedicado a ellos–, lo hace a la vez con tan ardiente caridad, que inflama el corazón de los que lo leen; las almas de los fieles, apartándose de los vicios se inclinan a la virtud, y esto de un modo maravilloso, por la eficacia con que son movidos los que los leen, por duro que tengan el corazón. Y esto lo afirman muchos testigos como obrado en sí mismos”.
A todas esas voces se unió –en términos semejantes a los expresados– la de la Universidad de Salamanca, en su carta postulatoria del 13 de junio de 1611. Más tarde, sobre la base de estos testimonios, la Bula Omnipotens sermo Dei para la canonización (1622) declaró oficialmente la eminencia de la doctrina teresiana, por lo que sus escritos comenzaron a ejercer un influjo mayor².
En último término, el 27 de septiembre de 1970, Pablo VI (1897-1978) la proclamó solemnemente Doctora de la Iglesia, evocando la múltiple atracción de la figura excepcional de esta carmelita en la historia de la Iglesia, así como poniendo de relieve la santidad de su vida y, de modo singular, la eminencia de su doctrina. A este respecto, el saber de la descalza universal brilla por el carisma de su verdad, de su fidelidad a la fe católica y de su utilidad para la formación de las almas, pero resplandece en especial por su sabiduría sobrenatural. Porque el tesoro de sus ideas procede –sin duda alguna– de su despierta inteligencia, de su singular sensibilidad, de su formación cultural, de su trato con los grandes maestros de la teología y de la espiritualidad, de su habitual e intensa disciplina ascética, de su meditación contemplativa… Pero, sobre todo, la riqueza de su enseñanza debe ser atribuida a una acción extraordinaria del Espíritu Santo, que encumbró la palabra de sus escritos a la elevada cima desde cuya altura se puede guiar a la humanidad caída para reconciliarla con la vida.
_________________________________________
¹Cf. ROS GARCÍA, Salvador, “Teresa de Jesús: palabra en el tiempo”, en CASAS HERNÁNDEZ, Mariano (Coordinador), Vítor Teresa. Teresa de Jesús, doctora honoris causa de la Universidad de Salamanca [Catálogo de exposición], Salamanca, Ediciones de la Diputación de Salamanca (serie Catálogos, nº 213), 2018, pp. 41-58.
²Op. cit., pág. 52.