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El cartero no tiene quien le escriba (y III)

Publicado el 04 diciembre 2012 por Cosechadel66

(viene de la segunda parte)

Durante las semanas siguientes, Cefe anduvo mosca todo el día, imaginando posibles desenlaces de su aventura, a cual más pesimista y truculento. Se imaginó señalado por cualquiera  de los dos amantes, y expulsado del pueblo por mirón, cotilla y mal cartero. Ni siquiera se atrevió a ejercer su labor de apertura y visionado de las cartas, del miedo y nerviosismo acumulado. Estaba convencido de que en cualquier momento aparecerían Jaime o María por la oficina de Correos y descubrirían su mentira.

Pero no ocurrió. María, observada por Cefe con detenimiento durante esas semanas, tras unos días de ojeras claramente causadas por las lágrimas y de salir de casa lo justito, reanudó su vida más o menos con normalidad, y no pasaron ni 15 días cuando un chaval moreno, alto y con ganas de ver que escondían sus labios empezó a hacerse el encontradizo con ella por las calles que frecuentaba. Nuestro cartero respiro con la felicidad de quién se quita un peso de encima. Y lejos de amedrentarse por el incidente, encontró en él su verdadera vocación.

Cefe se convirtió en una especie de Gran Hermano que observaba todo desde su ir y venir en bicicleta. Pero además de observar, dejaba pequeños destellos de pequeña magia en los papeles que circulaban por sus manos. Pequeños hechizos en forma de añadidos a veces, de párrafos si se necesitaba, o incluso de cartas enteras si se terciaba. ¿Que Ramón e Ines no se decidían a seguir lo iniciado en el pajar la noche de la hoguera? Pues allí andaba Cefe empujando con un verso suelto en medio de una carta, una insinuación en otra y un “te quiero”  con toda la intención en la de más allá. Y Ramón e Ines por el tercer hijo y la segunda casa en quince años. ¿Que andaba la Patro con el alma en vilo por el hijo en Madrid, sin trabajo, con pocos años, demasiadas mozas y sin escribir para contarlo? Pues allá que Cefe el mago comprometía amigos de profesión o mili donde hiciera falta, procuraba trabajo al hijo y noticias a la madre.

Tan pronto suavizaba tristezas como adelantaba alegrías. Trabajó de Cupido, Mensajero, Poeta, Periodista… Todas las escrituras eran copiadas con mimo y todas las personas eran iguales antes sus hechizos manuscritos. Hasta que llegó, o fue llegando, el tiempo de las pantallas y las cartas invisibles. Hasta que se fue convirtiendo en mero transportista de facturas y folletos de venta de jabones, jamones y mermeladas en oferta. Hasta que el mundo se hizo más pequeño y Cefe también, reducido poco a poco a ser sólo cartero y nada mago.

Y ahora, sentado en la terraza del bar, recuerda aquellos tiempos con añoranza. Pero no puede perderse en los recuerdos, que hay tarea. Así que acaba el café, deja el euro y medio de la cuenta, y cerrando su libreta llena de arrobas, “.com” y notas con observaciones sobre sus paisanos, se encamina hacia su casa, donde su sobrino Pepe le acaba de instalar un nuevo ordenador y un nuevo programa de correo. Sonríe pensando porque no inventaron antes esto de los ordenadores, que ni imitar escrituras hace falta, ni repechos en bici ni pegamentos en sobres. Y se va para su casa pensando en como elaborar un hechizo de email para que la Reme, la hija, deje de tener esa cara de triste y se acerque a Jacinto, que se va a dar un día con la frente en la esquina donde se esconde para observarla.


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