Revista Cultura y Ocio

El caso de la casa sin cosas

Por Aceituno
Daniel Ramos

Una imagen simple. Dicen los japoneses, hablando de cocina, que un plato está perfecto cuando no se le puede quitar nada más. A esta imagen no se le podría quitar nada más, creo yo. Tenemos las piedras, el destello de luz, el color y la textura. Me parece que no sobra nada. Me encanta la fotografía así, con pocos elementos.

Como la vida. También me gusta con pocos elementos.

Si por mí fuera no tendría apenas nada. Como una casa que tuve una vez con mi chica. No teníamos dinero para muebles, así que solo teníamos la cama con dos mesitas de noche, otra habitación con un sofá-cama y una tercera habitación con una mesa grande para el ordenador. El salón, que era inmenso, estaba completamente vacío. Tan solo colgaban de las paredes unos fantásticos y enormes cuadros que pinta mi cuñada, la maravillosa y peculiar Maty. La sensación de espacio era maravillosa y encima era sencillísimo de limpiar. Completaba la casa una enorme cocina y un jardín casi tan grande como toda la casa. Qué tiempos… y pensar que yo me quejaba todo el rato porque no me gustaba vivir ahí…

Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Este tipo de tópicos me ponen nervioso porque siempre son verdad. El “caso de la casa sin cosas” es un ejemplo perfecto de como uno no es capaz de apreciar lo que tiene delante de sus narices y suspira por algo que flota en su imaginación, sin pararse a pensar por unos segundos en que lo que hay es lo que hay y puede que después de eso no haya nada porque es muy posible que todo cambie a peor. Siempre puedes estar peor. Por mucho que te empeñes en mejorar y en guardar para mañana y en pensar que lo mejor aún está por llegar, puede ser que de repente suceda lo inesperado y ¡zas! te cogió el toro y te pegó una cornada.

Y entonces sí que vas a añorar lo que tenías, como hago yo ahora con aquella casa sin cosas. Y para colmo tenía todo el tiempo del mundo para mí y me quejaba de que me aburría y no podía trabajar en nada creativo porque estaba bloqueado, y necesitaba salir de ahí y vivir otra vida porque aquella no me gustaba. Qué absurdo y qué infantil lo veo ahora. Recuerdo muchísimos momentos estupendos en aquella casa y sin embargo estaba siempre quejándome.

Era como si yo mismo me impidiese disfrutar a mí mismo. Había algo, un run run permanente, una comida de coco constante que me decía que aquello no era lo que yo quería, que necesitaba otra cosa, que era un estilo de vida pasajero y provisional y que tenía que cambiar pronto y mil cosas por el estilo. En cambio me divertía muchísimo gozando con la enorme cocina, transformando el salón en un cine para los peques, organizando fiestas de todo tipo, desde despedidas de soltera hasta navidades y cumpleaños pasando por todo tipo de celebraciones familiares.

No sé porqué hoy me ha dado por recordar aquella casa sin cosas. Debe ser por el punto de luz de la imagen, por el minimalismo que destila o porque quizás he soñado con ella. En cualquier caso noto que me cabreo profundamente recordando aquella época. Fueron casi dos años maravillosos en los que viví quejándome demasiado y eso mi nostalgia no lo puede soportar.

Espero que me sirva de lección para el futuro.

Espero, también, que exista para mí algún futuro.


El caso de la casa sin cosas

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