Uno de los temas que más tinta han hecho correr (y píxeles encender) por estas tierras ha sido la llamada " guerra sucia" del Estado español frente al conflicto independentista en Catalunya. Escuchas telefónicas, filtraciones y todo tipo de argucias utilizadas por el gobierno español para desacreditar o, directamente, dinamitar por lo bajini las aspiraciones secesionistas catalanas han hecho que la opinión pública se escandalice a cada nueva información desvelada por los medios, habida cuenta que nos encontramos en un (al menos supuesto) estado democrático. No obstante, tal vez no debiera extrañarnos este uso de las "cloacas" del estado, en tanto que este tipo de tejemanejes oscuros se han hecho servir ya anteriormente (ver Un despropósito llamado independencia de Guinea Ecuatorial). Un ejemplo de estas artimañas estatales, que tuvo una importante repercusión a nivel político se dio en Barcelona en el ya lejano (para algunos) año de 1978. Me refiero al llamado Caso Scala.
Después de la muerte de Franco, la sociedad española se encontró en un equilibrio inestable que las facciones más extremistas, ya fueran por la derecha (que no querían que nada se moviese) o por la izquierda (que querían una rotura total con el régimen) ponían continuamente en peligro. Yo, que por aquel entonces tenía unos 10 años, veía totalmente normal que no se armase ninguna " gorda" como decían los mayores, aunque después, el tiempo me demostrase que la cuerda se estiró mucho más de lo conveniente en demasiadas ocasiones. Con todo, la vida pasaba todo lo plácida que podía pasar entre noticias de atentados, dibujos de Mazinger Z (ver El icono histórico del enorme Mazinger Z de Tarragona ) y manifestaciones más o menos violentas por las calles.
En aquella época, Adolfo Suarez, que era el presidente del Gobierno, hacía encajes de bolillos para conseguir una cierta estabilidad entre los recién legalizados partidos políticos, las organizaciones empresariales y los sindicatos. La economía estaba padeciendo con toda su crudeza los efectos (tardíos) de la crisis del petróleo de 1973, y la inflación se encontraba cabalgando a galope tendido con tasas interanuales superiores al 25%, lo que producía grandes reestructuraciones de plantillas en el desfasado tejido industrial heredado del franquismo.
En esta circunstancia, el gobierno de UCD promovió lo que se llamó los Pactos de la Moncloa, toda una serie de acuerdos entre los agentes sociales, económicos y políticos que, cediendo unos por un lado y otros por el otro, pudieran conseguir la estabilidad que necesitaba el país. No obstante, no todos estaban a favor de estos acuerdos, y uno de estos opositores a ultranza era la CNT.
La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) era -de hecho es- un partido político de raíz anarquista que había sido legalizado el 6 de mayo de 1977, después de no pocos tiras y afloja entre el resto de partidos políticos, sobre todo los de derechas, que aún recordaban su extremismo durante la Guerra Civil. Este partido, en mor a sus principios políticos, se oponía totalmente a aceptar el juego democrático ya que pensaba que, para la lucha por los derechos de los trabajadores, el pactar con gobierno y empresarios seria poco menos que dar un cheque en blanco a los ricos para explotar al obrero. Esta oposición recalcitrante ponía en un serio brete la paz social del país, tanto más si tenemos en cuenta las crecientes simpatías y el rápido auge que la CNT estaba teniendo entre los españoles. No en vano, en julio de aquel mismo año había conseguido convocar a 200.000 personas en Barcelona en el primer mitin que organizaba desde 1939. Y eso daba mucho yuyu a algunos...
El domingo 15 de enero de 1978, la CNT organizó una manifestación en contra de los Pactos de la Moncloa -firmados el 25 de octubre de 1977- en la que unas 15.000 personas saliendo desde Drassanes, subieron por la Avenida del Paralelo (ver La Torre del Rellotge de Barcelona, donde paralelos y meridianos se dan la mano ) hasta la Plaza España. En contra de lo esperado, no se produjeron altercados con la policía, por lo que al llegar a su destino, la concentración se disolvió pacíficamente. Sin embargo, en la otra punta de la ciudad, unos desconocidos lanzaban cócteles molotov contra la puerta de la, por aquel entonces, muy conocida sala de fiestas Scala Barcelona, produciendo un terrible incendio.
El Scala Barcelona, que dirigido por Ramón y Antonio Riba llevaba abierto desde 1973, era una sala de fiestas con restaurante en la que se mezclaba un menú de calidad con un espectáculo de revista en el que actuaban grupos y cantantes de renombre internacional. Esta sala, ubicada en el Passeig de Sant Joan esquina Consell de Cent, era considerada la mayor sala de fiestas de Europa en su momento, por lo que era un espacio muy frecuentado por la burguesía barcelonesa y, por ende, un objetivo de los grupos que hoy tildaríamos de " antisistema ".
El incendio, que se extendió con una facilidad pasmosa (14 dotaciones de los bomberos consiguieron a duras penas evitar que las llamas llegaran a los edificios colindantes, que fueron evacuados), acabó provocando el derrumbe de todo el tejado y la muerte por inhalación de humos de cuatro trabajadores que se encontraban en el interior. A la desgracia de las muertes, se le tuvieron que añadir los daños, que ascendieron a 1.000 millones de pesetas de la época, y la pérdida de 300 puestos de trabajo. Un auténtico desastre.
Las autoridades, pronto pusieron el ojo en los grupos de extrema izquierda, primero en el FRAP, después en el PCE (Internacional) para, finalmente, atribuírselo a la CNT, siendo detenidos el día 17, siete personas de entre 17 y 26 años militantes del partido anarquista, acusados de haber preparado el atentado. En diciembre de 1980 el juez dictó sentencia, siendo 3 acusados condenados a 17 años de cárcel, y los otros absueltos o bien condenados a penas menores. Sin embargo, uno de los imputados e inductor directo de los atentados (convenció a los chavales de hacer los explosivos y de lanzarlos al local) no apareció por ningún sitio, por lo que fue condenado en rebeldía. ¿Qué había ocurrido con Joaquín Gambín, alias "el grillo"?
El juicio, a parte de la falta de Gambín, estuvo lleno de irregularidades y no dio respuestas a una serie de situaciones cuando menos sospechosas. Para empezar, sorprendió la excepcionalmente rápida detención de los acusados la cual cosa solo podía haber sido por un " chivatazo" interno; por otro, los bomberos descubrieron trazas de fósforo acelerante en un punto de la sala muy alejado del punto del lanzamiento de los " ponchazos", seguido por el extrañamente rápido derribo de las ruinas del Scala (las máquinas tenían que ir con cuidado para no aplastar los cuerpos de las víctimas), lo cual imposibilitó la investigación científica de la escena del atentado; y para acabar, la misteriosa desaparición momentos antes del atentado de la unidad móvil de TVE que aquella tarde grababa el programa de varietés " Scala Internacional " para su emisión el martes de 21.35 a 22.45 por la Primera Cadena. Todo un cúmulo de cuestiones que llamaron la atención de los periodistas de investigación del momento. Las pesquisas no tardaron en dar su fruto.
Gambín, que pese a los "ímprobos" esfuerzos de los 10.000 policías españoles no había podido ser detenido, fue fácilmente encontrado -y entrevistado- por un periodista en Murcia. Así, por su propio testimonio, se pudo saber que Joaquín Gambín, un "pintas" de amplio currículo delictivo, era un confidente de la policía que cobraba por su trabajo de delator y por hacer trabajos sucios como el del Scala, que le venían encargados por altas instancias relacionadas con el propio ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa. Este testimonio revolucionó todo el mundo anarquista, al confirmar la tesis de la " guerra sucia" del Estado, pero no fue hasta finales de 1981 en que, gracias a la denuncia de un ciudadano árabe que lo vio traficando con armas, finalmente la policía española lo detuvo. La presión de los medios de comunicación y de los abogados defensores de los otros encausados hicieron que el caso Scala se reabriera y se juzgara a Gambín por su participación en el atentado en diciembre de 1983, siendo condenado a 7 años de prisión.
El asunto, a pesar de destapar el entramado oscuro de las cloacas del Estado, supuso un golpe durísimo para la CNT, ya que la temprana atribución del atentado al partido anarquista, transmitió la imagen a la opinión pública de un grupo violento y radical al estilo de ETA, GRAPO o similares. Ello produjo una oleada de bajas de afiliados del partido, así como una dura división interna entre los que querían seguir el juego democrático, los ortodoxos y los elementos más violentos, que provocó la total atomización del espacio anarquista español. La "amenaza" anarquista durante la Transición, de esta forma, quedó totalmente aniquilada.
En conclusión, el movimiento anarquista no volvió a ser el mismo. La CNT, cuando más volada parecía tomar y cuando más peligrosa para el statu quo representaba, recibió un torpedo mortal lanzado de forma oscura por el Estado, tardando casi 30 años en levantar la cabeza. Un ejemplo más de cómo, los estados (y en esto España no es una excepción) por muy democráticos que se declaren, no dudan en fomentar lo que les interesa y de eliminar lo que les incomoda, aunque para ello tengan que utilizar los caminos más oscuros y sucios a su disposición.
Y usted puede estar en el medio.