Revista Cine
Qué difícil sería trasladar a la sociedad actual una trama tan intensa, y en apariencia sencilla, para abordar una cualidad tan en desuso como el honor. Y no sólo eso, sino que en su búsqueda y resarcimiento, Arthur Winslow lo deja todo para plantarle cara a la rocosa y tenaz voluntad de las causas perdidas. Un incidente si cabe menor (el robo de un giro postal por valor de cinco chelines) se convierte con el paso del tiempo en un asunto de Estado. Un camino largo y tortuoso, que David Mamet retrata con gran maestría, recreando un universo de sentimientos profundos en cada uno de sus personajes (al cual más íntegro e inquebrantable), que no se detendrán ante nada ni ante nadie, pero que dejará en cada uno de ellos una huella muy particular, menos si cabe, en el joven Ronnie (protagonista de la historia), interpretado por Guy Edwards. David Mamet dirige con excelsa brillantez esta película, y deja muestras de su gran talento dramático a la hora de abordar la adaptación al cine de la obra de teatro de Terence Rattigan, dándonos una lección magistral de la importancia que tiene la palabra sugerir, y el largo y profundo significado que conlleva la misma.
Apoyado en un magnífico reparto actoral, Mamet se detiene en la inteligencia de los diálogos o en el poder de las miradas de sus actores, para mostrarnos toda la riquieza interior de unos personajes que se pasean en paralelo a los escenarios de la acción dramática de la trama, lo que se complementa con una acertada elección de los decorados y de la luz, para sin apenas darnos cuenta, mostrarnos aquello que los actores no llegan a decir, sino que debemos adivinar como un ejemplo magistral del arte de la intuición. La omisión, esa cualidad mayúscula del arte de la literatura, en esta ocasión juega un papel importantísimo en el desarrollo de toda la película.
Nigel Hawthorne (en el papel de padre que ve mancillado su honor), Rebeca Pidgeon (en el de Catherine y hermana mayor sufragista) y Jeremy Northon (en el papel del abogado Sir Robert Morton) bordan sus interpretaciones hasta el punto de hacerlas sobresalientes, y todas ellas denotan su dominio teatral de la puesta en escena. Y para que no le falte nada a esta gran película, el final de la misma en donde asistimos al desenlace amoroso de la joven Catherine, es un ejemplo de lo que debe ser el punto y final de una gran historia, donde una vez más, el fino sentido de aquello que se nos muestra, pero no se nos dice, nos deja con ganas de ver más películas inteligentes como ésta.