En Baleares acaba de darse un fenómeno de antropología involutiva: miles de familias rechazaron con huelgas el trilingüismo escolar de sus hijos al exigir mantener el localismo y devolverlos al atraso de la preilustración.
Antes de claudicar, miles de profesores, padres y estudiantes baleares de escuelas e institutos estuvieron en huelga durante dos semanas contra la enseñanza en catalán, castellano e inglés, decretada por el gobierno autonómico mayoritario del popular José Ramón Bauza.
Según el PP la protesta sólo fue seguida por un veinte por ciento de los padres, educadores y educandos, pero los abogados de la inmersión catalanista, que dominaron el sistema educativo hasta las elecciones de 2011, aseguran que fue el setenta.
El pancatalanismo nacionalista y el socialnacionalismo del PSOE e IU baleares, que gobernaron entre 2007 y 2011, no creen que cuantas más lenguas hablen los niños mayores facilidades tendrán mañana en sus estudios y trabajos, como en los países nórdicos.
En realidad, el reaccionario reduccionismo de los huelguistas trataba de excluir el castellano, además del inglés, tratándolo como otro idioma extranjero.
La razón oculta, que los padres quieren ignorar cegados por el patriotismo local, es que la mayoría de los promotores de la inmersión catalanista son filólogos, carrera fácil, pero sin otras salidas profesionales que copar puestos de enseñanza y controlarla.
Muchos filólogos pancatalanistas se oponen a otros idiomas porque así mantienen un buen sueldo y puestos laborales crecientes con el único esfuerzo de enardecer con patriotería regional a sus conciudadanos más emotivos.
Son los sacerdotes, los hechiceros y misioneros de la tribu, el relevo de los antiguos curas.
Viven bien a su costa y han convertido la lengua autonómica en una religión popular, en una deidad superior tal que los incrédulos deben ser ajusticiados como herejes por la Santa Inquisición Patria.
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