- La existencia de esta antigua fortaleza, vinculada al conde Munio Gómez y a la condesa Elvira, está documentada al menos del siglo X al XII.
En su libro sobre La Pernía, Gonzalo Alcalde Crespo incluye el castillo de Peña Tremaya entre la serie de atalayas militares que en los primeros tiempos de la Reconquista formaban una línea de vigilancia y defensa desde Cervera de Pisuerga hasta la Peña Abismo, situada ésta en las cercanías del puerto de Piedrasluengas, que es uno de los pasos naturales a través de la cordillera Cantábrica. Recordemos igualmente que Pérez Mier en su obra “El Condado de Pernía” reafirma también el carácter “más militar que político” de este castillo, porque así parece probarlo el hecho de que entre los numerosos restos que él encontró en excavaciones realizadas en la cima de la Peña había fragmentos de armas y puntas de flechas.
Son varios los vestigios que confirman la pasada existencia del castillo de Peña Tremaya. Gonzalo Alcalde Crespo, en su libro ya citado, señala haber encontrado en la misma cima “ingente cantidad de cerámica medieval pintada, del siglo X” así como fragmentos de tejas y piedras procedentes de una antigua construcción en las proximidades de esa cima. Igualmente nos indica que en la suave ladera situada al este, unos metros más abajo de la cumbre, llama la atención la existencia de restos de antiguos parapetos en una zona de terreno donde incluso hay un manantial.
Por su parte Pérez Mier, además de los restos de armas ya mencionados, señala que “los vestigios de construcción y de erosión violenta de la parte sureste” indican que esa zona sirvió “como aliviadero de los materiales procedentes del derribo”. El que esto escribe también recuerda haber encontrado abundantes restos de cerámica y teja, cuando de joven y sin ningún afán de investigación subió varias veces a esa peña por simple afición a las excursiones de montaña.
El Libro Becerro de las Behetrías, al referirse al pueblo de Lores, señala que “este logar es la tercia parte solariego de (se citan varias personas) … e del castiello de sant yllan…”. Igualmente, al hablar de Llaniello (junto a Vergaño) y de San Martín de Redondo, pueblos hoy desaparecidos, se dice que “este logar es solariego de … e del casitello de sant yllan…”. Finalmente, en referencia a Roblecedo, lugar también despoblado, se lee: “pagan monedas e servicios cuando lo el rey echa e los maravedís que montan los lleba qualquier que tiene el castillo de sant yllan…”. Como todos los pueblos citados están en el entorno de Peña Tremaya, cabe suponer que el referido castillo de Sant Yllán puede identificarse con el de Peña Tremaya. Este hecho confirmaría que aún estaba vigente el castillo cuando se escribió el “Becerro”, a mediados del siglo XIV.
En su estudio “Restauración y límites de la diócesis palentina”, el P. Gonzalo Martínez Diez cita un documento de 1.185 relativo a la permuta realizada por el obispo de Palencia, Arderico, con la Orden de Santiago, por el cual el obispo recibe la “villam que dicitur Arennos prope castellum quod vocatur Tremaia sita…”. Por su parte, en el Libro Tumbo de la catedral de León hay un documento de 1.037 que recoge el testamento de la condesa Elvira. En su texto se dice literalmente “…et ipso monasterio San Salvatoris qui est in Pernia… non longe Castrum Tremaia…”. En ese mismo libro figura también una confirmación de ese testamento, fechada en 1.069, en la cual se lee “…edificaui ex pauimento arcisterium in Pronia (Pernía) aderente castrum in Tremagia…”.
Además de todos estos registros documentales, existen otros indicios que también hacen referencia al antiguo castillo de Peña Tremaya. El primero que vamos a señalar es de carácter toponímico. Entre San Salvador de Cantamuda y Peña Tremaya existe un pequeño bosque situado casi a media altura de la ladera que forman los terrenos que por ese lado llegan hasta la mole caliza de la Peña y ese paraje es conocido aún hoy en día con el nombre de Matacastillo, que es lógicamente supervivencia de un apelativo antiguo que tuvo su origen en ese castillo de la Peña Tremaya.
Otro testimonio que a nuestro entender avala inequívocamente la pasada existencia de esa fortaleza es un documento en el cual se recoge el privilegio concedido por Alfonso VII el Emperador a D. Raimundo, obispo de Palencia, en 1.123. Este documento ha sido publicado por Fernández del Pulgar en su “Historia Secular y Eclesiástica de Palencia”. En él, junto a la donación al obispo de la villa de Polentinos figura la de la iglesia de San Salvador de Cantamuda en los siguientes términos: “De igual manera que os doy y concedo la iglesia de San Salvador con todo cuanto a ella pertenece, con los montes, prados, pastos y términos y con sus entradas y salidas. En tal forma que desde hoy en adelante quito de allí y anulo los malos fueros, a saber, sayonado del rey, castellaria y todos los demás malos fueros”. El hecho de que entre los malos fueros figure la “castellaria” es una prueba de que todavía en el siglo XII existía en Pernía un castillo cercano a la villa de San Salvador, que no puede ser otro que el de Peña Tremaya. No hay que olvidar que la castellaria o castellería era una contribución que se pagaba para el sostenimiento del castillo cuando este desempeñaba misiones defensivas en caso de guerras; también era un tributo que se pagaba al pasar por el territorio del castillo si este ya no cumplía ninguna función bélica.
Otros indicios que pueden atestiguar la existencia de esa fortaleza son los hechos relatados por D. Matías Barrio y Mier en su romance “La Venganza del Conde”, que tiene por escenario ese castillo. Estos relatos, nos dice su autor “se basaron en noticias populares que después se complementaron con datos verdaderamente históricos, tomados de documentos y escritores fidedignos”. Los acontecimientos relatados en el romance se sitúan en el primer tercio del siglo XI y sus protagonistas fueron el conde Munio Gómez y la condesa Elvira. El era nieto de Diego Muñoz, primer conde de Saldaña y hermano de García Gómez, tercer conde de Saldaña. Respecto a la condesa Elvira, de ascendente astur-leonés según el romance, su existencia también está probada históricamente, pues en un documento del archivo del Concejo de San Salvador de Cantamuda se hace referencia a un privilegio otorgado a esa villa por dicha condesa. Pedro Rodríguez Muñoz, en su estudio “Iglesias Románicas Palentinas” se ocupa igualmente en detalle de la genealogía del conde Munio y de la condesa Elvira.
Si tratamos ahora de establecer una cronología para el periodo de vigencia del castillo, seguiremos acosados por la falta de datos históricos. No obstante, de los indicios que hemos utilizado para probar su existencia podemos extraer con cierta garantía algunas fechas en las que sabemos que el castillo estaba en activo. Su construcción debe situarse en los primeros tiempos de la Reconquista, bien sea en la época de Alfonso I cuando comenzaron las primeras repoblaciones foramontanas, para protegerlas, o bien durante el reinado de Alfonso II, época en que los cristianos establecidos en la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica se sintieron con mucha frecuencia amenazados. No hay que olvidar, por ejemplo, que en el año 795 las huestes musulmanas de Hixen lograban entrar en Oviedo y que en el 805 las de Alhaquen llegaban hasta “las hoces del Pisuerga”.
Parece interesante señalar también que el hecho de haber encontrado en el lugar de emplazamiento del castillo restos de cerámica pintada, que según Alcalde Crespo pertenecen al siglo X, nos permite imaginar que por esa época el castillo de Peña Tremaya estuvo ocupado por gente principal. Esta suposición viene también avalada por el caso, ya señalado, de los condes Munio y Elvira, que lo habitaron a finales del siglo X y comienzos del XI, según los datos aportados por Barrio y Mier en su romance.
Finalmente diremos que según vimos antes, en 1.123 nuestro castillo seguía vigente, tal como hace suponer el privilegio de Alfonso VII para la cesión al obispo de Palencia de la iglesia de San Salvador. Esa es la última datación y referencia histórica que conocemos del castillo de Peña Tremaya. Esto parece confirmar que más tarde su protagonismo languidece hasta desaparecer, al haber perdido su valor estratégico por el alejamiento de los escenarios de la guerra de la Reconquista y por la desaparición de la rivalidad entre León y Castilla, al haberse unificado ambos reinos. No hay que olvidar que La Pernía estuvo en varias ocasiones en zona fronteriza entre los dos reinos.
Poco nos queda ya que decir sobre el tema. Quizás conviene recordar que, tal como indican Pérez Mier y Alcalde Crespo en sus obras, el castillo debió estar edificado en dos planos distintos. Tal vez la verdadera atalaya estuvo construida en la cima y más abajo en el pequeño altiplano que existe no lejos de la cumbre estaría probablemente la zona residencial más importante, pues allí hay incluso un manantial, Además, la construcción de un castillo roquero en dos planos no sería la única en España.
Del interés estratégico de Peña Tremaya para ubicar un bastión defensivo no se puede dudar, pues desde allí se avista todo el valle de Pernía y tierras limítrofes. Buena prueba de ello es que el sitio ha vuelto a utilizarse ahora como atalaya; pero esta vez con fines pacíficos, pues son los guardas forestales quienes actualmente aprovechan ese privilegiado emplazamiento durante la época calurosa del año para la vigilancia de los bosques del curso alto del Pisuerga y sus aledaños, con el fin de poder detectar a tiempo un eventual conato de incendio.
Y para terminar creemos que es de justicia dedicar un párrafo de agradecimiento a Barrio y Mier por haber rescatado de un posible olvido al castillo de Peña Tremaya gracias a su romance de “La Venganza del Conde”.
Para más información: ‘Breve crónica de la hermandad de los doze lugares que se titulan el Condado de Pernía’, de Laurentino Ruesga Herreros, Aruz Ediciones, 2012.