El barrio de Santa Eulàlia, además de ser uno de los más antiguos de la ciudad, guarda en su interior toda una serie de pequeñas maravillas que, como pasa con casi todo en L'Hospitalet, si no prestamos atención pueden pasar totalmente inadvertidas. No obstante, no siempre es así, y en una calle -a priori- secundaria del barrio, podemos darnos de bruces con nada más y nada menos que con un... ¡ castillo! Si, si, como lo lee... un castillo con sus arcos ojivales, sus almenas, sus sillares en piedra, sus escudos... aunque, eso sí, un pelín más joven de lo que nos tienen acostumbrados estos edificios...
En la calle Blas Fernández Lirola, a la altura del nº 74, si no es que pasa ante él buscando setas o vigilando las cacas de perro -que será lo más normal- seguro que le llamará la atención una fachada en piedra amarillenta de Montjuïc que destaca de todo el resto de fachadas de la calle porque es la viva imagen de un castillo medieval. Pero... ¿un castillo en medio de la ciudad? No, no se asuste, no es ningún relicto de la Edad Media como el castillo de Bellvís de la Torrassa (para que luego digan que Hospitalet no tiene historia, ver El Tratado de Utrecht o cuando la Historia pasó por Hospitalet ), ni nada parecido. Es simplemente un edificio de viviendas como tantos otros, sólo que detrás de ese edificio que parece haber sido construido con Exín Castillos, además de historia esconde una bonita historia de amor.
Conocido es que después de la caída del Imperio Romano, los que vinieron después aprovecharon aquellos colosales edificios antiguos en ruinas como inmensas canteras con las cuales levantar las nuevas construcciones del momento. Pues una cosa similar hizo Blas Fernández Lirola, un librero con establecimientos en la Calle Aribau y en el conocido mercado de Sant Antoni de la Ciudad Condal, cuando a principios de los años 30 decidió empezar la construcción de lo que se conocería más adelante como " El Castell de la Pepa" o , sencillamente, "El Castell" (el castillo).
Lirola, que estaba enamorado hasta las trancas de una chica (probablemente, la tal " Pepa") y tenía fama de excéntrico, estaba especializado en la venta de libros viejos y de época, la cual cosa le hizo pensar que... ¿qué mejor que regalarle un castillo a su princesa? y allí que se puso a construírselo.
Así las cosas, el librero empezó poco a poco a levantar el edificio en la medida que daba el presupuesto. Presupuesto que estiraba aprovechando materiales de construcción provenientes de antiguos edificios derruidos del Eixample barcelonés, con los cuales conseguía unos materiales de gran calidad provenientes de las canteras de Montjuïc -ya en buena parte cerradas en el momento en que Lirola inició su castillo. Esta forma de aprovechamiento también le permitió incorporar elementos estructurales y decorativos señoriales premodernistas provenientes de estos edificios, tales como la escalera, suelos e incluso alguna escultura, lo que proporcionaba a la vivienda un imponente aspecto medieval.
De este modo, y tal como reza en la fachada del castillo, las obras se alargaron desde el 1935 hasta el 1945, momento en el que se dio por finalizado un edificio de 3 pisos de unos 170 metros cuadrados de planta, con fachada "medieval" tanto a la calle como al patio interior, y donde las ventanas destacan por ser arcos ojivales y los dinteles de las puertas por ser arcos de herradura de inspiración románica. Todo un castillo de la Edad Media construido en el Hospitalet de pleno siglo XX.
No obstante, a finales de los años 40, Lirola, que según parece no llegó a vivir en el edificio, cedió el mismo al Ayuntamiento de L'Hospitalet con el fin de que fuese destinado a usos culturales. El edificio fue aceptado por el consistorio, el cual, en reconocimiento, puso su nombre a la calle en que se había construido, es decir Blas Fernández Lirola, aunque popularmente es más conocida por " la calle del castillo". El alcalde franquista del momento, Enrique Jonama, por su cuenta y riesgo y sin encomendarse a ningún santo, decidió que el "castillo" se dedicase a escuela de bellas artes, lo que le valió una trifulca dentro del ayuntamiento que se acabó en enero de 1952 con un voto de protesta contra el alcalde por su unilateral decisión.
El edificio, de esta forma, pasó a estar gestionado durante los años 60 y 70 por la Obra Social y Cultural Sopeña (OSCUS), una ONG de raíz cristiana dedicada a la cooperación y voluntariado, la cual impartía clases de administrativo, peluquería, mecanografía y diversa formación de iniciación profesional en tan excepcional entorno.
En la actualidad, y tras el abandono de las instalaciones por parte de OSCUS, el castillo de Santa Eulalia está siendo utilizado como almacén del Museu de l'Hospitalet. Un uso que, por desgracia, pudiera ser efímero habida cuenta de los intensos rumores que apuntan a su abandono por parte del Ayuntamiento (al cual pertenece) y que, debido a que no está protegido, ni catalogado como patrimonio de la ciudad de ningún modo, sumadas a las conocidas tendencias patrimonicidas del consistorio de Nuria Marín (ver El Coro, el edificio donde la Historia está en extinción), pudiera ser el fin del edificio tal y como lo conocemos.
En definitiva, que el Castell de Santa Eulàlia, por mucho que no sea un edificio histórico -aunque sí construido con elementos históricos- es un edificio singular muy estimado por el barrio, que forma parte del imaginario y el sentimiento más profundode los vecinos de Santa Eulàlia. Unos vecinos que, ni más ni menos como el resto de L'Hospitalet, han tenido que sufrir durante decenios la ignominia de un ayuntamiento que, lejos de preservar el patrimonio histórico del pueblo, lo ha borrado continua y sistemáticamente.