Revista Opinión

El catalán y el castellano

Publicado el 12 septiembre 2011 por Rgalmazan @RGAlmazan

Hoy, se ha celebrado “La Diada de Catalunya”. La fiesta del nacionalismo catalán. Felicidades a mis amigos catalanes. Y, hoy, también quiero transcribir integra una carta que he copiado de aquí, y que destapa con humor e ironía la increíble irresponsabilidad del TSJC al dictaminar en contra de la inmersión lingüística, creando un problema que no existe. 11-de-SetembreUn problema que han creado tres familias apoyadas por aquellos que todavía creen que hay que subvertir la normalidad lingüística que se vive en Cataluña, en favor de su imperio caduco y cavernícola, de “la cruz y la espada”, del “Santiago y cierra España”, del centralismo impuesto de Felipe V. Del uso de la lengua como arma desintegradora, en vez de como cultura compartida.

Esta es la carta:

Benvolgudos señores del Tribunal Supremo, me llamo Ignacio, soy un ciudadano catalín y durante toda mi vida he venido sufriendo la imposición del catalán en las escuelas, que ahora ustedes muy juiciosamente acaban de derogar.
Mi infanteza transcurrió bajo los abusos de la llamada “immersión lingüística”, por la qual los niños devían recibir las clases en catalán. Una medida aclaparadora que ha resultado fatal para mi desenvolupamiento.
Las escuelas en Cataluña son fábricas de propaganda en manos de los nacionalistas radicales. Los professores lavan el cerebro a los niños para convertirlos en maulets pequeñoburgueses. Tras cantar el himno de los segadores, les enseñan atrocidades como que los perros ladran “bup!”, que los pitufos barrufan y que bajando de la fuente del gato una noia y un soldado. Con una cheringa les inoculan el gen independentista y les convencen de que Cataluña no es España, que si acaso España es de Catalunya.
Los niños pintan en catalán, saltan el potro en catalán, leen castellano en catalán. Aprenden a decir “pastanaga”, “morenes”, “tanatopractor”, “bikini”, privándoles así del gozo de emplear las formas más elegantes i refinadas del español (“zanahoria”, “hemorroides”, “tanatopractor”, “mixto de jamón y queso”). Se les castiga severamente si dicen “buenu”, “apuyarse” o “me sabe grave”. Se les prohíbe que las cosas fáciles sean “soplar y hacer botellas”. Se les obliga a sacarse el carnet del Club Super 3, a abrir una cartilla en La Caixa y a memorizar las letras de Manel. Y se les tortura, pese a su tierna edad, con lecciones de adoctrinamiento tan dolorosas como leer la hora, porque en catalán “son las 9 y 52” se dice de manera tan recargolada como “son tres cuartos y siete de 10”, que como pueden comprobar es la única forma en el mundo de leer la hora en la que entre lo que dices y lo que sale en el reloj no coincide ni un solo número.
Tamaños sufrimientos se me infligieron en la escuela. Y como yo, mis companyeros de pupitre, una verdadera generación perdida que ahora nos vemos arraconados a la marginalidad, ya que el catalán como lengua imperial sólo nos sirve para hablar entre nosotros y no podemos viajar a la acrisolada Hispanoamérica, ni a Guinea, ni a Texas, ni a Ceuta, ni a las Filipinas, que son lugares donde el español se muestra chiroi como lo que es, eina universal de comunicación. Nuestras únicas vacaciones posibles son a Andorra, el Alguer y las Baleares (que no se les entiende nada, parece alemán). Ni siquiera podemos ir ya a Valencia a contemplar sus inacabables campos de tarongeros o gaudir sus playas vírgenes, porque ahora allí también hablan otro idioma.
Pero la imposición del catalán va más allá de las escuelas. En Cataluña vivimos bajo una dictadura lingüística que ríanse de Corea del Norte. No hay diarios ni radios ni televisiones en español. Nadie habla el español en las calles, sólo de amagado y de forma clandestina. En los bares, no me entienden cuando pido “un cortado” o “un zumo de melocotón”, porque los camareros argentinos sólo sirven “un tallat sisplau” y “un suc de préssec sisplau”.
Fíjense hasta dónde ha llegado la locura catalanofágica: mi madre es andaluza (o sea que yo soy charnego, un estigma con el que los secesionistas recalcitrantes me marcan, como marcaban los nazis a los mariquitas y los judíos), pero incluso mi madre, que como digo es andaluza, ya no dice “¡coño!” sino “coi!” y no se despide con el castizo “hasta luego” sino con un “adéu”.
Yo sé, señores del Tribunal Supremo (y también del TSJC y del Constitucional), que la cuestión del catalán en Cataluña les aflige tanto como a mi. Por eso me dirijo a ustedes, para suplicarles, no, para implorarles, que no se detengan aquí, que continúen su valiente cruzada para liberarnos del yugo nacionalista, que nos liberen de los rótulos de las tiendas en catalán, de las megafonías en catalán, de Las Tres Mellizas en catalán. Les pido que entren con los tanques por la Diagonal y que detengan las victorias del Barsa. Que las Rodalies vuelvan a ser Cercanías y la Plaça de Francesc Macià, sea Plaza de Calvo Sotelo. Ha llegado la hora de poner senyo en la política lingüística de Cataluña, y que por fin las cosas vuelvan a decirse por su nombre: salsicha a la butifarra, alubia a las monchetas, TBO al “Cavall Fort”, sin embudos.
Les pido disculpas por mi pobre castellano, pues no aprendí otro mejor, y les demando que escuchen mi súplica, que es un clamo.
Suyo humildemente,
NACHO PÁEZ

Espero que os haya hecho sonreír.

Y si todavía hay en España quién no se ha enterado de que la diversidad cultural es una riqueza, que viaje un poco, lo necesita.

Salud y República


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LOS COMENTARIOS (1)

Por  flanagan
publicado el 13 septiembre a las 19:48
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Hay quien no se entera que tenemos una Constitución. Si no gusta, se cambia, pero lo que no se puede es delegitimar, por que aplica la ley, a los tribunales. Aunque a usted no le parezca que existiera un problema con el idioma en las escuelas, y a la mayoría tampoco, le hago notar que si se ha llegado a un tribunal es porque para alguien si existía ese problema.

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