Revista Cultura y Ocio

El catedrático y la Medicina

Publicado el 20 junio 2017 por Elarien
El catedrático y la Medicina A veces mi padre me sorprende, no sé si es que en algunos aspectos somos tan parecidos que él ya ha pasado por algo similar y entonces tiene las cosas más claras, pero uno de sus mayores aciertos es el de empujarme a estudiar Medicina. Si se suman los factores del momento, aparte de mis buenas notas y mi inclinación a la Biología, no había nada que indicase que aquel consejo fuese a resultar acertado: no soy una persona sociable (he mejorado mucho pero aún así soy rara, aunque como sucede con las rarezas de uno mismo, no suelo ser consciente de ellas), la sangre me impresionaba, odiaba las agujas y la idea de poner una inyección me angustiaba. Sin embargo hice caso a mi padre, con la intención de escoger una especialidad de laboratorio, y no me arrepiento.
Pasarse más de un año en contacto con cadáveres, a diario, hace que te cures de muchas tonterías. Al principio también es causa de muchas pesadillas, pero lo cierto es que es más molesto el olor a formol que la impresión que puede provocar un muerto acartonado al que se diseca por capas. Los profesores de la asignatura de Anatomía también me provocaban mucho más pavor que los inofensivos cadáveres. Hacia el final de curso me tocó ser subjefa de mi grupo de disección y realizar algunas disecciones, que entonces correspondían a cabeza y cuello (¿casualidades?). Fue entonces cuando hice mi primera parotidectomía para identificar las ramas del nervio facial. Desde entonces he aprendido muchos trucos para esa cirugía (en mi especialidad es una operación que hay que realizar con relativa frecuencia y controlar el nervio es la base de la técnica); localizo el orificio estilomastoideo, por el que el nervio facial sale de la base del cráneo, situado detrás y debajo del conducto auditivo externo, pegado al hueso, entre la mastoides del oído y la alargada y fina apófisis estiloides en la zona anterior. Es una hendidura que se toca bien con el dedo una vez que aprendes cómo es su tacto y es la mejor referencia y la más rápida para encontrar el nervio.
Mi padre también puso su granito de arena para motivarme a seguir. En mi época de pesadillas, cuando los zombis me perseguían por los pasillos de la facultad cada noche, me planteé cambiarme a Farmacia, pero el Catedrático no estaba dispuesto a quedarse sin un médico al que recurrir para sus recetas y así me lo dio a entender. No soy rebelde, nunca me ha gustado discutir, nunca se me ha dado bien y además sabía que era una batalla perdida, así que seguí adelante.
Una vez superada la Anatomía, todo fue mucho mejor. Las asignaturas de laboratorio me gustaban, me encantaron la Histología y la Anatomía Patológica (preparaciones de tejidos teñidos para observarlos microscopio), y las rotaciones hospitalarias lo hicieron todo más entretenido. Cierto que la primera vez que entré en un quirófano me mareé, era una operación de Neurocirugía y al paciente le estaban cortando un trozo de la zona posterior del cráneo para acceder a su lesión en el cerebelo. Oír el crujido del hueso al romperse bajo las tenazas me causó demasiada impresión.
En relación a las agujas, también fue el Catedrático el encargado de hacerme superar mis miedos. A la primera inyección que necesitó, posiblemente alguna vacuna para uno de sus viajes más exóticos, me obligó a ponérsela. Protestar no sirvió de nada, yo sabía la técnica, aunque nunca había clavado una aguja a un ser humano vivo, aquello no desalentó a mi progenitor que sufrió mi banderillazo estudiantil sin pestañear (y encima dijo que no le había dolido). ¡Las cosas que un padre es capaz de hacer, no sé si por sus hijos o por sus ideas, o por una combinación de ambos!
¡Feliz cumpleaños! (y gracias).


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