Revista Cultura y Ocio
Recuerdo a Tarzán como guía de unos avariciosos exploradores en busca de la romántica historia en torno al mito africano de los cementarios de elefantes. Cuando miro a los miembros del Senado, me da la misma impresión. Carcamales retirados con sueldos para toda la vida como en la propaganda esa del famoso café, o al menos hasta la ineludible jubilación. Oh, sí, los senadores también se jubilan además de viajar en avión por el morro y otros menesteres a costa del dinero público. Pero también a los buscadores del mito, lo que les ponía los ojos como chiribitas era la cantidad ingente de marfíl que habría. Un negocio redondo. Pobre e iluso Tarzán. Supongo que ir al Senado es el reconocimiento a los servicios prestado de los altos cargos envejecidos, al igual que en las Empresas Públicas se reconocen los servicios prestados al "aparato", o al "buró" ("bureau") de los de menor calaña con cargos o colocaciones a dedo sin desmostración de valía alguna. Aunque se me hace un juicio poco objetivo y totalmente relativo en donde se mete en el saco a todos por unos cuantos, tal como si fuera una sinécdoque. Al final, España me deja ese vago recuerdo al susodicho anuncio de café que sorteaba un premio para toda la vida, pero sin sorteo. Más me vale que sean imaginaciones mías más acorde con el lejano pesimismo innato de la generación del 98 con respecto al futuro del país. Retiro lo dicho. Es que mi mente a veces me juega malas pasadas, se me resblandece el cerebro y la mente se me desborda. No, por dios. No es apología antigubernamental, es simplemente ironía. Una burda ironía, si cabe el caso. Y por favor, no tomen en cuenta el destrozo que he hecho de una tan romántica leyenda africana; una de las maravillosas muestras de la sabiduría étnica.