Zoran Malkoč, escritor natal de la ciudad croata de Nova Gradiška, firma en el libro que hoy os traigo un conjunto de relatos de factura impecable ambientados en su mayor parte en su población de origen. No es ese el único nexo de unión entre ellos, sino que, además, los personajes que aparecen en unos y otros son recurrentes. No se trata de historias encadenadas, tan solo en alguna ocasión hay un breve guiño a un cuento anterior, pero, sin embargo, el autor consigue crear un microcosmos que chapotea en una sordidez fangosa que, poco a poco, con la lectura, se va depurando cual paso por agua clara.
Ese agua que, más que personajes y situaciones, limpia nuestra mirada turbia, es la prosa sobria y sin concesiones de Malkoč. Con ella dibuja un mundo viciado en el que los personajes giran sobre sí mismos sin otra vía de escape. Alcohol, drogas, sexo, fútbol y delincuencia se pasean por sus páginas por doquier. Es el suyo un entorno eminentemente masculino que incide en la devastación moral de las guerras, más aún si son fratricidas, esas que despojan la vida de todo lo superfluo y la presentan como los gusanos dentellados y a punto de ser masticados de uno de estos relatos: "la vida que se resiste hasta el último momento, incluso cuando la cortas por la mitad, incluso cuando no pende más que del pensamiento."
Los pensamientos de estos reyes menores, que yo diría desheredados, son a veces tan egoístas y primitivos que sorprenden ora por su crudeza, ora por su inocencia. Hay, en ese ambiente de desesperanza, también espacio para la ternura, y, en esos escenarios deprimentes, una tenue luz poética que alumbrará al que sepa mirar. Así, conmueven sin pretenderlo las miradas brumosas entre dos amantes incapaces de cuidarse a sí mismos pero sí de cobijar bajo la propia al amado, el abrazo de dos ancianos muertos sin saber el uno de la muerte del otro tras la danza más macabra y bella que se pueda imaginar, el alivio y distracción en la trinchera por la visita de un pájaro, pájaro que trae aires frescos de un mundo olvidado, pájaro de mal agüero.
Son precisamente los supervivientes de esas trincheras los que han acomodado de por vida sus huesos a esa forma incorpórea de tumba. Ellos son los muertos vivientes del cementerio del escritor croata, los hijos de la estupidez, la crueldad y la absurdidad humana, la manifestación de que "todos los marrones surgen cuando la gente renuncia a sí misma y se convierte en lo que no es". Y absurdidad sí que hay, y mucha, en estos relatos, y también un cierto regusto a humor ácido. Nos avisan ya en su portada de que estos cuentos muerden y pinchan, para mí, en cambio, su efecto no es tan directo sino mucho más corrosivo. El cementerio de los reyes menores, esa suerte de relatos que por su extraña constitución casi podrían leerse como una novela, es de esos libros que crecen tras su lectura, se hacen bola, son indigestos, y la tímida, atónita y vergonzosa sonrisa que en ocasiones provocan, se transforma en mueca desangelada tras digerirlos.
Los momentos más hilarantes tal vez provengan del narrador y ocasional protagonista, un librero de ocasión con ínfulas de escritor que se define a sí mismo como "algo parecido a un chamarilero analfabeto que vende libros analfabetos a gente analfabeta". No es el de estos cuentos tiempo para la literatura, pero, sin embargo, ésta campa a sus anchas por los terrenos minados que riegan y sustentan sus páginas. La literatura ha de ser un espejo, no lo olvidemos, y, aunque a veces su reflejo no devuelva más que horror, no deja por ello de resultar un pequeño milagro su cualidad especular. Por eso cierro ya esta reseña y os abro en su lugar una pequeña visión de lo que ofrece este espejo en cuestión, porque, si sigo intentando explicar lo inexplicable, como le dice a nuestro chamarilero uno de los escritores a los que ha invocado en un momento de crisis creativa, "lo único que conseguir[é] con ello es estropear ese absurdo maravilloso" que es este libro. Abrid y mirad (leed): para eso están los libros.
"Y, no obstante, yo lo quería. Lo quería igual que quiere una madre ideal y, como esta madre que él no tenía, yo le perdonaba su andar renqueante, los hombros encogidos y el rostro arrugado, así como el hecho de que, incluso esforzándose uno al máximo, difícilmente podía encontrarse un hombre más aburrido que él. Por supuesto que este amor era un completo absurdo, e incluso una crueldad por mi parte, porque de qué le servía si el mundo no le perdonaría ninguno de sus defectos. Y cuando el mundo no te los perdona, no te los perdona nadie, ni siquiera tu madre. Las buenas madres resuelven estos casos de forma rápida y radical. Así fue como nuestra vecina, una mujer sabia a la que muchos acudían en busca de consejo y ayuda para sus problemas de salud, amor y dinero, inmediatamente después del parto metió a su cuarto hijo en una bolsa de plástico y lo tiró a la basura. A los horrorizados policías, y más tarde también al juez, cuando le preguntaron cómo había sido capaz de hacer una cosa semejante, ella respondió que no pensaran que había sido fácil pero que tuvo que hacerlo porque el niño había nacido sin la más mínima oportunidad. -¿Y usted cómo lo sabe? -el juez no se rendía-. ¿Por las cartas? ¿Por los poso del café? Por...-¡Puede usted burlarse, pero una madre lo sabe! ¡Una madre lo sabe! -lo interrumpió ella con voz tronante, y todos en las sala del tribunal asintieron inconscientemente con la cabeza en señal de comprensión, incluso el juez, al que no le quedó más remedio que soltarla. Después dio a luz a dos niños más y, luego, con el séptimo bebé, repitió la acción. Pero los tiempos habían cambiado, los jueces eran distintos y los policías, taciturnos a más no poder. "¡Una madre lo sabe! ¡Una madre lo sabe!", gritaba ella mientras se la llevaban esposada del juzgado, pero ni le habían preguntado nada ni nadie la escuchaba."
dwarfs. Fotografía de Stephan Kiessling
Ficha del libro:
Título: El cementerio de los reyes menores
Autor: Zoran Malkoč
Traductores: Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek
Editorial: Rayo verde
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 222
ISBN: 978-84-944496-8-0