Raymond Douillet
Revista Cultura y Ocio
Me siento en el borde de la vereda. No es el borde pero es casi su abismo. Su precipicio que me empuja a los rodados en sus ruidos. No tengo música. Prefiero intercalarme en aleteos y pasos, bolsas de supermercados, frenos y miradas, monedas en bolsillos agujereados. La respiración de algún pájaro y aquel ojo que parpadea a golpe de tambor detrás de la persiana.El olor de la pelota de goma que patea el zapato lleno de intestino, y el del hierro roto y rojo de la hamaca muerta en el chillido de la plaza. Infringe. La paloma, allá, bebiendo el barro del río que sangra en las baldosas. Acechando, ella, apechuga a la vecina del barrio. Tirándole su lengua para que cuente las últimas noticias de una cuadra cualquiera y suelte sus migajas a cambio.Por el contorno de la cara roza la gota, y el rocío esculpe todo el sentido, salvo que hace calor y no es el inicio de la mañana, sino de la tarde temprana.El pelo está limpio. Impío. Desvelado del sueño. De haberse hecho demasiadas preguntas que no tienen respuesta, que son solo atisbos de la vida esta. De la noche antes. Del tremendo eco del caer del día.Esto es la certeza.