Revista Opinión

El cero en nuestra vida

Publicado el 23 julio 2019 por Carlosgu82

El cero en el tarot corresponde al Loco; la carta comodín de los juegos de cartas normales (jocker), que en el tarot como juego recreativo devenido en esotérico y oracular, pasa a representar el Vacío. Algunos mazos la ponen última, la veintidós; son dos formas de decir exactamente lo mismo: el inicio y la culminación son la misma cosa.

El cero representa la nada, el hueco, el vacío. Se dibuja con un círculo, quizá originado en el hueco dejado en la arena por las piedrillas para contar (calculi en griego) que se cogían en la playa.

Se empeñó Fibonacci en que adoptaran los europeos la manera de contar hindú, como ya habían hecho los árabes y persas; al final se salió con la suya porque, con el renacimiento de Occidente propiciado por la conquista de América, hubo cada vez que hacer más contabilidad.

Las reticencias al cero de la edad clásica no se debía a que fuesen tontos, sino a cuestiones filosóficas: reparos a aceptar que la nada contara como algo.

La nada no sólo cuenta, sino que es el fundamento de todo. Antes de construir una casa necesitamos un solar; antes de pintar un cuadro un lienzo en blanco, y antes de desarrollar un hijo en su seno, la madre tiene que hacerle una versión orgánica del vacío cósmico en el vientre.

Hay que decirles a los hijos que una mesa despejada, un escritorio con los menos iconos posibles, y una mente capaz de serenarse y aquietarse, son los requisitos para triunfar en el estudio. Todo eso no es más que aproximar el cero en el entorno del trabajo intelectual.

La vida no evoluciona gradualmente, como creía Darwin; sino a saltos en los que se hace un gran vacío donde ensayar un salto de diversidad y complejidad. En la Tierra estos vacíos son inducidos periódicamente por la caída de asteroides; pero incluso sin esta ayuda externa, todos los sistemas caminan al vacío. Es decir, todo lo que existe está sometido a una evolución que lleva sin remedio a la colmatación, el colapso, y el caos. El caos es un vacío relativo; el caos absoluto, es igual al universo vacío y perfectamente simétrico. Es decir, a la nada, al cero. Si vemos un lienzo enteramente del mismo color, ¿cómo sabremos si es un cuadro totalmente enteramente cubierto de pintura, o un fondo vacío a la espera de ser iluminado por el artista?

El cero es un regreso a la casilla de salida, pero en otro nivel, porque el tiempo no es circular sino espiral. La vuelta al cero es el estado en el que lo construido no condiciona el futuro, y por tanto todas las posibilidades vuelven a estar abiertas. A lo largo de la vida estas vueltas al cero vienen solas y hay que estar preparados; otras hay que propiciarlas para conseguir una «demolición controlada», como cuando rompemos una relación antes de hacernos verdadero daño el uno al otro, o dejamos nuestros malos hábitos antes de que una enfermedad los interrumpa de forma forzosa. Lo que ocurre dentro y fuera de nosotros es la misma cosa para nuestra mente. Cuando visitamos una casa vacía que esperamos comprar o alquilar, la proyección de la luz sin restricciones sobre paredes y suelos vacíos nos alegra el alma y sin querer le hacemos sitio al futuro a costa del pasado.

Todo lo que existe es una perturbación del cero; un viaje de la nada a la nada, como el sonido del gong. Pero de la nada surge otra nueva perturbación, o tampoco existiría el gong.

Los niños vienen del Cero y se encuentran aún muy cerca de él; su vida es abierta, esperanzada, y su mente está poco condicionada. Muchas neuronas del bebé mueren para hacer sitio, hacer un poco de cero, a todos los aprendizajes que le esperan a la persona. Por contra, la persona anciana se ha llenado tanto que le es muy difícil moverse; como un bazar demasiado lleno de cosas preciosas y baladíes donde apenas nos podemos mover. El viejo necesita al niño para sobrellevar su propia culminación y vuelta al cero; el niño necesita al anciano para que le sirva de asidero en el mar demasiado agitado que rodea su aún reducida embarcación. Niño y anciano aparecen en comparables momentos de la vida, que se superpondrían si la vida estuviese escrita en una hoja de papel y la dobláramos justo por la mitad.


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