Editorial Baile del Sol. 167 páginas. 1ª edición
de 2014.
Prólogo de Fernando Cana
Alena Collar (Madrid, 1960) y yo compartimos editorial, Baile del Sol. Su novela El chico de la chaqueta roja y la mía, El
hombre ajeno, aparecieron a la vez: en la Feria del Libro de Madrid de
2014. Coincidimos físicamente en una presentación conjunta de las novedades de
la editorial en la librería de Lavapiés El
dinosaurio todavía estaba allí, aunque no llegaba entonces a intercambiar palabra.
Donde sí lo hemos hecho ha sido en las redes sociales: Alena suele estar
bastante activa en facebook y yo me pasó por allí de vez en cuando. A
principios de verano, Alena me preguntó si me apetecía leer su novela y yo le
propuse un intercambio de libros: los dos sacamos nuestras novelas a la vez y
mantenemos un blog de reseñas literarias. Seríamos honestos en las
apreciaciones que hiciéramos de la novela ajena. Alena comentó hace unos meses
mi libro, se puede leer AQUÍ su reseña. Ha sido en septiembre cuando yo me he
acercado al suyo.
Carlos ha salido de Madrid y ha
decidido pasar el final del verano en una casa que ha comprado en un pueblo.
Carlos posee, además, una empresa de marketing lo suficiente próspera como para
poder permitirse delegar sus funciones y dedicarse a escribir. Como escritor de éxito mediano se le califica
alguna vez en la narración. En su casa de campo se dedica a escribir una novela
por la que le apremia su editor. Su retiro se verá perturbado porque un chico
con una chaqueta roja parece estar rondando su casa, además de una adolescente
esquiva. Carlos pondrá sobre aviso de sus inquietudes a Etelvino, el comisario
del pueblo, con el que trabará una pequeña amistad.
Carlos en su deambular por el
pueblo o la exploración de su nueva casa se verá asaltado continuamente por los
recuerdos de su infancia y adolescencia en un pueblo parecido al que ahora ha
venido a vivir. Además también el lector sabrá que hace no demasiado tiempo ha
sufrido una ruptura amorosa.
El chico de la chaqueta roja es una novela fuertemente
metaliteraria, y no sólo porque Carlos, su protagonista principal, sea un
escritor, sino porque el planteamiento narrativo de lo que el lector recibe como
novela está casi siempre cuestionado desde el propio discurso novelístico. En
principio el lector presupone que Carlos está escribiendo una novela sobre los
pequeños sucesos que le acontecen en el pueblo al que ha ido a parar y el fluir
de sus recuerdos; de forma continuada se le recuerda al lector que lo que lee se
está escribiendo. Por ejemplo, leemos en la página 21: “Llegó. Pausado. Lento.
Parecía tan vulgar que se acercó inmediatamente a la verja, escribe, para
hablar con él.” Ya en el primer párrafo del libro nos encontramos con este
acercamiento a la idea de la novela en construcción: “Podía describirlos como a
los otros, dándoles adjetivos, dotarlos de acciones, suaves, lentos,
indiferentes, adjetivos para volver a contar interminable e irremediablemente
otra vez el círculo de los pájaros.” (pág. 13).
Uno de los juegos principales que
plantea este libro es el de interpelar de continuo al lector; así, por ejemplo,
leemos en la página 18: “Mientras el silencio era un escándalo para su
excursión sigilosa a aquellas zonas prohibidas, y, dentro, dice, escribe otra
vez, los cachivaches; y ahora usted que lee, harto ya, quisiera que los
mostrara, que los definiera.” En este párrafo además de volver sobre el juego
comentado anteriormente, el de la idea de remarcar que lo evocado se escribe
(se escribirá en el futuro próximo, o se está escribiendo recordando la
evocación del pasado que tuvo lugar hace poco) se presupone la reacción del
lector ante lo contado. En muchos casos este recurso tiene una intención
cómica: el narrador intuye que una larga enumeración, a lo Perec, de lo que se guarda en una buhardilla puede aburrir al
lector y mediante ese tipo de apreciaciones se busca su empatía.
De forma similar en la novela
aparecen expresiones hechas o relaciones causales que pueden resultar manidas,
y el narrador comenta, de forma chocarrera, que eso es un tópico o un cliché.
En la página 123 podemos leer: “Y salió deprisa y corriendo. Topicazo, pero es
que es verdad.”
Sigue la novela en construcción
entre las páginas 20 y 21: “Narrativamente hablando, escribe, se puede condescender,
porque si no malamente el lector se va a enterar de nada, piensa, además, y
entonces a ver cómo avanza el relato.
Suponiendo que un relato tenga
que avanzar, pero bueno. Añade.
O sea que, condescendiendo sobre
eso tan coñazo del argumento, escribe, podemos decir que al chico de la
chaqueta roja lo vio merodeando el domingo por la tarde –pensó- justo antes de
pegarse la ducha y ponerse a escribir.”
Quizás también una intención
humorística tenga el empleo de palabras coloquiales anticuadas, que evocan la
casa familiar del narrador: cachivaches, zurriburri, pejigueras, Perogrullo,
zamacuco…
Además de tener presente al
lector, el narrador tiene presente al editor (ese ser que odia las digresiones
narrativas, y así, cuando aparece una, el narrador nos adelanta que
posiblemente ese párrafo vaya a disgustarle y puede que haya que eliminarlo de
la novela final); además de tener presente al crítico: “Acaban el café
–escribe- en esta atmósfera que ha ido sumergiendo al lector en una sensación
de melancolía. Frase a frase. El crítico se referirá a la lluvia, la resaca,
las palabras de ambos, escribe: un análisis pormenorizado de la semántica
narrativa.” (pág. 164)
Se cita aquí también a Miguel de Unamuno y sus experimentos
narrativos, con personajes que se salen de la novela y acuden a conversar con
el autor.
Y dejando aparte los juegos
metaliterarios ¿de qué trata esta novela? Quizás nos ayude a saberlo este
párrafo de la página 138, que recoge una conversación entre Etelvino y un
personaje llamado Pablo, que también escribe una novela: “¿Pasarán cosas?,
¿habrá personajes, no?... ¿Los llaman así, no?... Sí, bueno, claro que hay
personajes y pasan cosas, aunque la mayoría sin importancia; es una novela
dentro de una novela. Eso no lo entiendo, perdone. Ya, si ya, verá, he escrito
una novela sobre un escritor, he querido ver cómo lo hace, imitar maneras de
escribir, a ver, para entendernos, en mi novela esto de charlar aquí usted y
yo, es diálogo costumbrista y manera para que nos conozca el lector, para que sepa
cómo pensamos. Ya. Lo mira Etelvino y se muerde la lengua –pues vaya rollo,
piensa, escribe-. Bueno, añade tímido, habrá gente a quien eso le interese,
claro. Sí, dice Pablo llegando a un acuerdo tácito de no discutir, habrá gente
que igual sí.”
Quizás en este párrafo se
encuentre la esencia de la novela de Alena Collar, un novela en la que la
autora arriesga, sin duda –y esto es de agradecer-, una novela que
continuamente se replantea a sí misma, que nos acercará a algunos de los
fantasmas del pasado de Carlos o del Etelvino, con simpatía, con diferentes
enfoques; pero, por otra parte, pobre en acontecimientos narrativos que hagan
avanzar la trama (que existe, aunque se demore en ser planteada). Durante la
primera parte tenía la impresión de que el leitmotiv
narrativo (la presencia de un chico con una chaqueta roja que merodea la
casa de Carlos) no tenía demasiada fuerza, y a la mera evocación de los
recuerdos de infancia del narrador le faltaba tensión narrativa. La verdadera
fuerza de la novela recaía en los continuos juegos que hacían que la escritura
se replantease a sí misma, lo que es original y valioso en cuando a asunción de
riesgos, como dije, pero que tal vez conduzca a que resulten a veces un tanto
repetitivos los efectos: es decir, se reitera, por ejemplo, más de una vez la
broma de que la frase empleada para describir algo o a alguien es un tópico. Se
busca así la complicidad con el lector, pero tal vez el planteamiento debería
ser el de huir de esos tópicos y crear una narración potente que envuelva al
lector y le lleve de sensaciones sin caer en los tópicos, sin cuestionamientos
sobre su propia verdad: la novela es potente y ésta es su verdad.
Me ha resultado curiosa la
lectura de El chico de la chaqueta roja,
una novela que juega a romper los moldes de la escritura desde el propio
planteamiento narrativo de los moldes. Una historia sencilla en su sustrato
novelístico (a veces incluso inocente), en su juego creativo de personajes,
pero cuya fuerza reside en la distancia irónica desde la que se acerca al material
empleado. Un libro sencillo y a la vez original.