Revista Cultura y Ocio
Es imposible no reconocer que el chiringuito playero es la institución veraniega por excelencia que entretiene los ocios del estío nacional de mitad de los españoles. ¿Cómo concebir pasar toda la mañana panza arriba sin pasar por un chiringuito? aquél al que vas todos los días y del que conoces de memoria la carta de raciones y el nombre del dueño y él el tuyo como si fuera de la familia. Además de refrescar la sed y mitigar el calor es una terapia para el cuerpo, porque te ayuda a saltar acrobáticamente por la arena cuando arde bajo los pies y correr dando zancadas hasta alcanzar la sombra fresca del cañizo, y también para el alma porque nos libera de la esclavitud de pensar obsesivamente en ponerle el copertone al niño, en enderezar la sombrilla que ha volcado el viento y de releer por segunda vez el periódico tras una larga mañana en familia. Entrar en el chiringuito es entrar en un oasis de frescor, en donde la gente se aprieta en la barra como si se fuera a caer y en donde se habla de temas serios como los nuevos fichajes del fútbol, el consabido guirigay nacional y en la mejor manera de ensartar los espetos en la brasa candente de la parrilla. La clave para entender que hemos alcanzado la Gloria es que en el que tú vas suele servirse la mejor cerveza de la costa, la más fría, la mejor tirada, la más rubia, que además se acompañada con la tapa más abundante, la más sabrosa.
Texto e ilustración: Carlos de Castro