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Muchas veces me he adentrado en la Pedriza. A estas alturas del siglo veintiuno somos muchas personas cruzando sus vericuetos en largas jornadas de montaña. Hace pocos días, Jose y yo, decidimos que era oportuno llegar hasta el Chozo Kindelan en una jornada de reconocimiento y homenaje a quienes abrieron los primeros senderos al comienzo del siglo veinte cuando aquel bellísimo lugar era una tierra inhóspita de difícil trasiego.
Doce minutos después del puente sobre el Manzanares, unos metros antes de situarnos frente a Peña Sirio, sale un camino hacia el Chozo Kindelan.
Cerca del lugar donde hoy aparcamos el coche para iniciar diferentes rutas, se encuentra el Chozo Kindelan, seguramente el primer refugio natural de esa zona; los hermanos José Manuel, Juan y Ultano Kindelan con su primo Pablo Martínez del Río encontraron, bajo una gran roca, una apetecible oquedad que adecentaron de modo sencillo como refugio donde reposar sus noches de sierra. No era fácil la aventura de volver a Madrid. Allí está como un templo a los primeros que hicieron y deshicieron senderos hasta poder indicar bellísimas rutas que hoy podemos seguir con la sensatez de la confianza y la certeza de las marcas que dejaron.
A la puerta del Chozo Kindelan, rendimos un homenaje a los primeros montañeros de la Pedriza.
Era la primera década del siglo veinte. Desde allí pusieron el nombre a Peña Sirio, porque sobre esa inmensa mole aparecía la estrella del mismo nombre; a su izquierda veían la Cueva de la Mora, que enamorada de un cristiano fue encerrada por su padre y sus hermanos para impedir los amores de los dos jóvenes. Dicen que aún es posible ver la fugaz búsqueda que los amantes emprenden entre las altas rocas, cuando las noches tienen luna y una ligera opacidad de nubes.
Interior del Chozo Kindelan.
Por estos lugares de la misteriosa y mística Pedriza, en la segunda década del siglo veinte, estuvieron Juan Meliá y José Tinoco, quienes se resguardaron en la Majada de Quila, un agujero cónico cuidado por la misma sierra en el murallón de granito, para defenderse y sobrevivir a una intensa nevada, hoy conservada con aquella antigua sencillez de improvisado refugio. Allí permanece, no lejos del Puente Poyos (escrito, sí, con y porque es un lugar de buenos poyos para apoyarse cuando el montañero llega con fatiga, porque él mismo se apoya entre rocas inmensas como una construcción arquitectónica de la naturaleza, sabia en su antiquísima sabiduría).
La Majada de Quila es un agujero cónico en un farallón de granito, no lejos del Puente Poyos.
Fue en aquel invierno de mil novecientos catorce cuando se comenzó la construcción del Refugio Giner, al que hoy nos podemos acercar y en el que podemos pasar alguna noche para convivir con la naturaleza o sentir la vida de la montaña en nuestras sienes, el profesor Giner de los Ríos sabía que la educación tiene mucho que ver con el amor a la naturaleza y por allí pasaba algún tiempo conversando y escuchando a las aves, a las plantas, al agua, al aire, al silencio…
La montaña tiene palpitaciones del pasado, en sus entrañas duermen las pisadas de quienes abrieron senderos y rutas. Florencio Fuentes, que escaló cordadas desconocidas hasta entonces; Teógenes Díaz, Ricardo Rubio, Ramón Somoza, Agustín Faus, legendarios monitores de la Pedriza mediado el siglo veinte; “Pepín” José González Folliot, quien abrió rutas de escalada en la pared de Santillán y en numerosas montañas.
Nombres verdaderos con realizados sueños, nombres que hoy tienen rostro de montaña y libertad de viento. En el Chozo Kindelan rendimos un homenaje a la memoria de los pioneros y continuamos nuestra ruta. Aquellos que fueron primeros y nos marcaron senderos tienen un hueco en el corazón de los montañeros.
Javier Agra.