Revista Cultura y Ocio

El cielo como único paisaje

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

El cielo como único paisajePedro Paricio Aucejo

La primera vez que oí hablar de Ángel Valbuena Prat (1900-1977) fue en las clases de literatura española del bachillerato. Corría el año 1969 cuando la titular de la asignatura –que había estudiado Filología en Murcia– citó su nombre como experto en alguno de los autores clásicos abordados en la programación didáctica. Lo mencionó con el fervor de la discípula afectuosa y el reconocimiento del profesional que se inclina ante el prestigio de la valía intelectual. Con el paso del tiempo aprendí que no era exagerada la actitud de mi profesora, pues la fecunda actividad docente, investigadora, crítica, editora y creadora de este sabio catalán ha trascendido su propia existencia física.

Como Catedrático de Literatura Española, fue maestro de numerosas promociones de filólogos en universidades nacionales y extranjeras. Desarrolló una intensa labor editorial, dando a conocer abundantes textos del Siglo de Oro. Su dedicación al estudio de la escena española no se redujo solo a Calderón y al teatro en general hasta el siglo XVII, sino al de todas las épocas, especialmente el romanticismo y el teatro de su tiempo. También realizó estudios sobre literatura española en sus relaciones con la universal, sobre literatura religiosa española y sobre escritores y tendencias del siglo XX, entre los que sobresale el análisis conjunto de los poetas de su generación (Federico García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre). Cultivó además la literatura de creación en su faceta narrativa y poética.

Sin embargo, su obra más valiosa es su insustituible Historia de la Literatura Española, a partir de cuya publicación Valbuena sería considerado uno de los grandes historiadores de la literatura. Supone una original aportación a este campo, al ofrecer una nueva comprensión de las obras literarias en su relación con el contexto histórico, artístico y cultural en que surgieron.

De su visión general de Santa Teresa de Jesús expuesta en esta publicación¹, entresaco el tratamiento de algunos aspectos de la vida y la obra de la carmelita abulense que me han resultado de especial interés. Así, en cuanto a su dimensión humana, el profesor Valbuena la considera una mujer de inteligencia sumamente despierta y vivísima sensibilidad, que encarna una fe de “tendencia popular, sensorial, de impresión y ternura”. Por lo que hay de anecdótico y pintoresco en su mundo místico, estima que vale más en ella lo afectivo que lo intelectual. Y encuentra en la propia personalidad de la religiosa el hilo conductor entre su acción y su contemplación: “en su vida y en su obra se perciben ecos de un carácter que inspira confianza, atrae y termina por dominar”.

Este talante impregnó su dimensión literaria de un hondo encanto de intimidad: “toda su obra viene a ser una autobiografía del reino interior”. La belleza íntima de su alma –“que tiene por único paisaje el cielo”– es vertida en sus escritos de tal modo que de ella irradia “una literatura que pudiéramos llamar inconsciente”, fruto del contraste entre el sentido práctico de la monja descalza y sus encumbramientos místicos. En su estilo se da “la unión de espontaneidad y lirismo, la expresión adecuada a los sentimientos mediante frases cortas, intensas, formas interrogativas o admirativas, que parecen sollozos del alma”.

Por lo que respecta a la obra en verso de la Santa, Valbuena la juzga muy inferior a sus libros en prosa: “la autora poseía el más alto grado de creación poética, pero no dominaba la forma adecuada”. Su prosa, sin embargo, es atractiva porque  nunca es difusa, sino concisa y de sostenido interés. En ella se escalonan bellamente los elementos anecdóticos con los favores sobrenaturales y las derivaciones teóricas de mística. Su escritura, siempre nueva y diversamente matizada, no cansa al lector. Aun en las narraciones de hechos que pueden estar más alejados de la vida moderna –como las minucias de las fundaciones–, hay siempre una frase de desenfado, un retrato de un carácter en unas pocas palabras, una alusión a lugares o costumbres que le da un gran interés de cosa viva.


¹Cf. VALBUENA PRAT, ÁNGEL, Historia de la literatura española, 5ª ed., Barcelona, ed. Gustavo Gili, 1960, t. I, pp. 660-686.

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