El Dr. Alastair McAlpine, pediatra paliativo de Ciudad del Cabo, Suráfrica, le preguntó a niños de 4 a 9 años con cáncer terminal, y que sabían que iban a morir, qué les alegraba y estimulaba: las respuestas le hicieron cambiar su vida y divulgarlo para los demás
Hace unos días, y antes del Día Internacional del Cáncer Infantil de este jueves, 15, publicó un trabajo resumido luego en tuits sobre esa experiencia que han recorrido el mundo por distintos medios de comunicación.
Pasar el tiempo con la familia y las mascotas es increíblemente importante. Hablando, riendo, jugando. El humor y la risa son vitales y aunque enfrentados directamente a la muerte, se divertían igual que los niños sanos, con tonterías y payasadas que atenuaban el dolor.
Las buenas historias contadas y leídas por un ser querido les ofrecen inspiración. Las fantasías permiten crear realidades fuera del hospital. Como si Harry Potter enfrentado a Voldemort venciera a sus propios "monstruos".
Recordarse nadando en el mar, jugando en la arena y comiendo helado, son placeres memorables. Evocar vívidamente esos momentos no tiene precio.
El descubrimiento más enternecedor es que esos niños tan pequeños se preocupan enormemente por el dolor de sus padres cuando ellos se hayan ido.
Quieren protegerlos. Una de sus conclusiones muestra a los niños con creencias religiosos les consuela creer que Dios cuidará de ellos hasta que todos se encuentren en el Cielo.
Aunque se sea ateo debe saberse que esos niños creen en ese más allá como en Santa Claus, o nuestros Reyes Magos: su esperanza e ilusión en un futuro celestial y divino da que pensar.
McAlpine no escribe sobre qué dicen los niños formados para no creer en ese cielo, en su desaparición para siempre.
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SALAS