Revista Cultura y Ocio
Charlie Haden y Pat Metheny nacieron bajo los cielos de Missouri. Debieron ser cielos lentos, de sol pensativo, como si de pronto el universo acabase de nacer y se mirara y comprendiera que todo está por hacer. Los trece temas del álbum de Haden y de Metheny abruman por su intimidad, por su voluntad de recogimiento, por su sabiduría sencilla, por la mansedumbre de su belleza. Recuerdo que la primera vez que lo escuché, en unos cascos, paseando un paseo marítimo, pensé que el sol de Missouri no era el mismo que el de Punta Umbría. Pensé en los campos infinitos del cine, en los cuadros de Hopper y en cuentos de Carver. Uno tiene una experiencia cultural de todas esas cosas, no posee el olor ni tampoco conoce la intensidad verdadera de la luz y el habla de sus gentes. Todo lo que la belleza a veces nos transmite procede de toda la belleza que nos ha transmitido antes. Después de haber escuchado decenas de veces este disco, conociéndolo bien a fondo, siempre se encuentra un resquicio inédito, un pasaje por el que no transitamos. Anoche, después de saber de la muerte de Haden, volví a refugiarme bajo estos cielos de Missouri o de Punta Umbría. Todo fue entonces un festejo. La noche en casa, bajo la luz tímida de una lámpara de pie, abierta la ventana, escuchando a lo lejos algunos coches y mirando una luna redonda como nunca había visto, me condujo a lugares placenteros, ya visitados, pero amables conmigo, como quien recibe la visita de un amigo antiguo y lo celebra con todo lo que sabemos que le gusta. Descanse en paz, Charlie, bajo los cielos de Missouri, en la playa limpia de Punta Umbría, en mi corazón agradecido. El contrabajo, al menos el más reciente, le pertenece. Le acompañan, aquí o allá donde ande ahora Charlie, Ron Carter, Charles Mngus, Christian McBride, Gary Peacock, Dave Holland, Eddie Gómez... No se me ocurre ahora ninguno más. Alguno de fuste se me quedará fuera.