Revista Educación

El cielo empedrado

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Desde que soy una niña basta con acudir a un supermercado para comprar comida (si se tiene el dinero, claro). El único sudor que derramamos para ir a comprar es aquel que nos corre por la cara si vamos cargados con las bolsas, a pie, hasta casa. La preocupación (y no es pequeña) que nos asalta es si llegaremos a fin de mes. Y si viene mal tiempo, nos encerramos en casa si podemos, bien abrigaditos del viento. Hasta que un día, el destino te lleva a un huerto (urbano o rural) y consigues unas semillas. Sigues las instrucciones al pie de la letra (toda la sabiduría de los abuelos campesinos olvidada), riegas con mimo, incluso a veces hablas a la tierra en la que empieza a verse un hilito verde que se convierte en un tallo, que crece y crece hasta desarrollar hojas y los incipientes frutos. Entonces empiezas a ver el cielo con preocupación, y oyes en las noticias que llega un temporal y te preocupas por esos tronquitos de vida que has conseguido mantener con tanto sudor, trabajo y superación de tu ignorancia inicial. Y llega el viento y se lleva tu pequeña cosecha a otras tierras y te deja el poso del desconsuelo. Y entonces piensas que menos mal que no vives del campo,que no posees una extensión de tierra suficiente como para albergar cientos de naranjeras y aguacateros que, por ejemplo en el penúltimo temporal en La Palma, perdieron todos sus frutos. Te metes en la piel del campesino y sientes que la vida tranquila que presumías que tenía no es tal. Y miras al cielo. Y te acuerdas de tu abuelo, que decía que cuando estaba empedrado venía viento, del malo, probablemente de sur. Y te preguntas por qué no apuntaste nunca en un papel sus sabios consejos…

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