Revista Religión

El cielo en Martin Rey

Por Soy_pastoreno
El cielo en Martin Rey
Hay un instante en el año,
dos centímetros de tiempo,
en que el Cielo se hace calle
y toda la calle es cielo.
Vive entonces Martín Rey
su más glorioso momento
en ese instante impreciso,
contradictorio e interno.
Yo no sabría explicarlo
con palabras ni con gestos,
ni tan siquiera contarlo,
que hay que venir y verlo.
En ese instante la noche
troca su esencia, creedlo
y el sol más radiante impone
el gozo de sus destellos
rompiendo el silencio frío
con bullicioso caldeo.
Para apaciguar tal luz,
para sofocar tal fuego
del cielo raso la noche
diluvia floral revuelo
y entusiasmado el espacio
loco se llena de pétalos.
Y en esa lluvia no faltan
gotas de llanto sincero
ni pararrayos de brazos,
ni relámpagos, ni truenos:
salvas de honores que estallan
al modo cantillanero.
Y a todos nos gustaría
que así estuviese lloviendo
días y meses y años
y siglos y hasta milenios.
Lo inunda todo la rosa
del diluvio pastoreño.
Pólvora, flor, luz y grito,
y entre gritos desde el suelo
blancas almas que se elevan
entre blancos aleteos
y huele el instante a risco,
a lentisco y a romero.
Todo por algo tan simple,
pero a la vez tan complejo
como ese gesto cortés
en que se quita el sombrero
la Virgen misma, señores,
para saludar al pueblo.
¡Qué finura en Martín Rey!
¡Qué locura y embeleso!
¿Habrá cosa más sencilla y
más grande en un momento?
Y es que como está tan linda
Cuando trae el sombrero puesto
Y como al quitárselo está
para comérsela a besos
Cantillana la quería
ver sus calles recorriendo
con el sombrero y sin él
para su mayor contento.
Así inventó Martín Rey
el ingenio pastoreño
e hizo de esa ocurrencia
el santo y seña del pueblo.
Todo ocurre en un instante,
dos centímetros de tiempo
imposibles de narrar
con lo pobre de estos versos.
Palmas, llantos y oraciones,
piropos y vivas recios
por el gozo de lo blanco
pierden la noción del tiempo
que, Martín Rey siendo noche
es resplandor mañanero.
Martín Rey es lluvia seca.
Martín Rey es frío fuego.
Martín Rey hiela y abrasa
toda la sangre del pueblo.
Martín Rey es puro grito,
y es mano tentando el cielo,
y es paloma que se escapa
entre pétalos y pétalos.
Martín Rey es la locura
y el clamor tras el silencio.
Martín Rey, cómo decirlo,
desde los arcos al centro
no es una calle cualquiera
es la calle de este pueblo.
Martín Rey es Cantillana,
orgullo cantillanero
y como tal, pastoreña
e inimitable, lo siento.
Y guardan las escrituras
de Martín Rey en el cielo
doña Rosario y Encarna,
Pastora y el padre Rejos
y sabed que ya están puestas
a nombre, para lo eterno,
pro-indivisa propiedad
de todos los pastoreños.
Todo ocurre en un instante,
dos centímetros de tiempo
imposibles de narrar
con lo pobre de estos versos.
Subiendo por Castelar
un son de campanilleros
nos adentrará en la noche
más grande del mes noveno,
cuando el ocho más redondo
tenga forma de sombrero
y la calle sea túnel
perfumado con romero.
Desde que entra radiante
hasta que llega hasta el centro
arrolla el paso agitando
olas de almas sin cuento.
Y cuando llega la Virgen,
ay, cuando llega, el tiempo
termina ya de pararse,
y se convierte en eterno.
Martín Rey es la locura,
y el clamor tras el silencio.
Martín Rey, cómo decirlo,
desde los arcos al centro
no es una calle cualquiera,
es la calle de este pueblo.
Antesala de la gloria,
portentoso jubileo,
paradigma de septiembre
y visión de los anhelos.
Y por eso, Cantillana,
pastoreñas, pastoreños:
Martín Rey es pa morirse
en ese santo momento,
en ese instante del año,
dos centímetros de tiempo,
en que la Gloria de Dios
estalla bajo el sombrero
y la Pastora nos lleva
desde Martín Rey al Cielo.
 Versos de Luis M. López Hernández,
 del pregón de la Romería del año 2000, pronunciado por José María de la Hera Sánchez

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