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“Ni la ley moral, ni la idea de Dios, ni religión alguna le han llegado al hombre del exterior, como caídas del cielo; al contrario, el hombre, desde su origen, lleva todo esto en sí, y es por ello por lo que extrayéndolo de sí mismo, lo recrea siempre de nuevo”(Carl G. Jung[1]).
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“El cielo azul no empieza por estar allá en lo alto tan quieto, y tan azul, tan impasible e indiferente hacia nosotros, sino que empieza originariamente por actuar sobre nosotros como un riquísimo repertorio de señales útiles para nuestra vida (…) Nos hace señales. Por lo pronto el cielo azul nos señala buen tiempo y nos es el primer reloj diurno con el sol andariego (…) y nocturnamente las constelaciones que nos señalan las estaciones del año y los milenios (…) en fin, nos señalan las horas. Mas no para aquí su actividad señaladora, advertidora, sugeridora (…) Kant (…) resume todo su glorioso saber diciéndonos: «Dos cosas hay que inundan el ánimo con asombro y veneración siempre nuevos y que se hacen mayores cuanto más frecuentes y detenidamente se ocupa de ellas nuestra meditación: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.» Es decir, que aparte de señalarnos el cielo todos esos cambios útiles —climas, horas, días, años, milenios—, útiles pero triviales, nos señala, por lo visto, con su nocturna presencia patética, donde tiemblan las estrellas, no se sabe por qué estremecidas, la existencia gigante del Universo, de sus leyes, de sus profundidades y la ausente presencia de alguien, de algún Ser prepotente que lo ha calculado, creado, ordenado, aderezado. Es incuestionable que la frase de Kant no es sólo una frase, sino que describe con pulcritud un fenómeno constitutivo de la vida humana: en la bruna nocturnidad de un cielo limpio, el cielo lleno de estrellas nos hace guiños innumerables, parece querernos decir algo (…) Su parpadeo, a la vez, minúsculo en cada una e inmenso en la bóveda entera, nos es una permanente incitación a trascender desde el mundo que es nuestro contorno al radical Universo” (Ortega y Gasset[2])●●●●●●●●●
“Ninguna ciencia sustituirá al mito y no resultará mito alguno de ninguna ciencia. Pues «Dios» no es un mito, sino que el mito es la manifestación de una vida divina en el hombre. No le damos sentido nosotros, sino que es él quien nos habla como «palabra de Dios». La «palabra de Dios» viene a nosotros y no tenemos medio alguno de diferenciar si es distinta a Dios y en qué lo es. Nada existe en esta «palabra» que no sea conocido y humano, excepto la circunstancia de que se nos aparece espontáneamente y nos obliga. Escapa a nuestra arbitrariedad. No se puede explicar una «inspiración». Nosotros sabemos que una «ocurrencia» no es el resultado de nuestra agudeza mental, sino que la idea nos ha venido «de alguna parte»” (Carl Gustav Jung[3])
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“Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre, y eso es lo que somos” (José Saramago[4]).
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“Lo visto, lo oído tiene valor meramente por lo que en ello hay de alusión a ese fermentar secreto, a esa latente trayectoria de que lo sensible no es sino un estadio” (Ortega y Gasset[5]).
(0) PORTADA: 0A-Immanuel Kant: "Crítica de la razón práctica", Madris, Gredos, 2010, p. 296.
0B-Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 221.
[1] Carl G. Jung: “Los complejos y el inconsciente”, Madrid, Alianza, 1970, p. 307.
[2] Ortega y Gasset: “El hombre y la gente”, O. C. Tº 7, p. 123.
[3] Carl Gustav Jung: “Recuerdos, sueños, pensamientos”, Seix Barral, p. 398.
[4] https://www.pinterest.com.mx/pin/823244006859058586/
[5] Ortega y Gasset: “El Espectador”, Vol. II, O. C. Tº 2, p. 175.