El ciervo saltó,
el salto continuaba.
Yo no lo vi.
No era un ciervo,
era una saeta encendida,
una decisión acertada
en busca de su blanco.
Luego se apagó
en un silencio de ángel.
Todo quedó olvidado
y dispuesto para el comienzo.
Así me lo contaron.
AGUSTÍN DE JULIÁN
De su libro Ciervos