La doctrina monolítica y el liderazgo férreo son seña de identidad de la derecha española más rancia: a parte de conseguir sortear los escollos del camino con destreza, navegando solitario entre navíos hundidos por la implacable mano de la corrupción, Mariano Rajoy también parece haber tenido tiempo para bajar de tanto en tanto al camarote, para asegurarse de que entre los suyos nadie cuestione su mando. Sin embargo, las orillas de la segunda legislatura no se avistan con facilidad; una nube de fantasmas parlamentarios ensombrece el horizonte, y de entre ellos hay uno en particular que podría tener la llave para abrirle el camino: se llama Albert Rivera.
A todas luces, las encuestas presentan un panorama post-20D difícil de gestionar. Al bipartidismo le hace daño a la vista, pues no ve mayorías hegemónicas. El presidente, si quiere reeditar, tendrá que pactar. Y pactar será duro debido a dos circunstancias: la primera, que tan sólo Ciudadanos ofrece posibilidad de acuerdo; y la segunda, que, debido a la primera circunstancia, las exigencias que pueda presentar serán tan ambiciosas que podrían incluso apuntar a la cabeza.
A pesar del discurso del renacimiento económico de España, el cúmulo de golpes que ha recibido el Partido Popular durante esta vertiginosa legislatura ha sido duro, y, aunque la fachada permanezca entera, por dentro, por los entresijos por que tiende a colar su curiosidad la mirada mediática, se descubre un panorama desquebrajado. La hemorragia es interna. El diagnóstico, incierto, aunque con anuncios electorales nos intenten hacer creer que son doctores de la política. La realidad es ésta: la estampa de Rajoy está teñida del hedor de la corrupción, y a Ciudadanos podría no temblarle el pulso para pedir su sustitución a cambio de un pacto. Viendo cómo han revestido todos sus pactos de gobierno de medidas anticorrupción, exigencias de transparencia y demás requisitos que serían tan incómodos para el partido de la Gürtel, las esperanzas son pocas. Tal vez veamos en breve en la capital un duelo similar al que se libra actualmente en torno a la investidura del futuro presidente catalán. Tal vez incluso los naranjitos aprendan algunos trucos de la CUP…
Pero, de tenerse que plantear un candidato alternativo, ¿quién podría ser? La pregunta es obligada, aunque en las filas del Partido Pétreo se escandalicen sólo de oír la sombra de un aliento de disidencia. Procedamos, pues, a una breve radiografía de los checks and balances que sustentan la cúpula que rodea a Rajoy.
Por un lado, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, una figura de impacto que ha perdido fuelle desde el inicio de la legislatura, máxime teniendo en cuenta que las fuentes apuntan a que su relación con Rajoy se ha deteriorado últimamente. Recuerda a ratos a la situación del maquiavélico Frank Underwood en la segunda temporada de House of Cards: perdida la confianza de un frágil presidente, se apoya en un miembro del gabinete a quien él ha encumbrado. En este caso, aún quedan unos pocos apoyos para la vicepresidenta de entre los ministros: Báñez, Montoro y, por descontado, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, un sorayo en toda regla cuya colocación fue una maniobra de éxito por parte de la vicepresidenta. Curiosos paralelismos, aunque es evidente que la astucia de Underwood no ofrece punto de comparación.
No obstante, no le sobran enemigos precisamente. En el gabinete se ha atrincherado un bando de pistoleros conformados en lo que se ha bautizado mediáticamente como el G-8, que es ahora más bien un G-6, dadas las ausencias de Wert y Arias Cañete. Un grupo de allegados unidos por la confrontación con la vicepresidenta. De ahí los desahogos de final de legislatura entre Montoro y García-Margallo. Los ministros del mermado G-6 se reúnen cada mes para comer. A saber de qué hablarán últimamente… Tal vez del nuevo ministro de Educación, Méndez de Vigo, del cual no se sabe con certeza si se ha posicionado a un lado u otro del tablero.
Por otro lado, un tercer frente se abre en el partido, un frente situado en el aparato, entre bastidores pero sin perder detalle, encabezado por el estoicismo de María Dolores de Cospedal. Ella también ha ido perdiendo apoyos gradualmente, pero por razones diferentes: cuando el presidente le confió la secretaría general, ella estaba demasiado ocupada reinando en Castilla-La Mancha como para preocuparse de ordenar el partido. Ahora, perdidas las autonómicas, es una reina en un palacio de corrientes, sin poder sujetarse ni al trono ni al partido. Pero aún le quedan unos cuantos incondicionales, de eso no hay duda. Y, si prevalece la máxima de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, puede que reciban de ella algún capote los del G-6. O a la inversa, aunque es poco probable, pues éstos tienden a valerse por sí solos.
Y más allá de estos núcleos de poder, suenan también nombres provenientes de tierras baldías; Alberto Núñez Feijóo, de perfil muy individual y reafirmado dentro del partido, ha sido siempre un gran apoyo de Rajoy. Su reciente reforma del gabinete gallego apunta en una dirección regeneracionista que resulta atractiva. Pero precisamente debido a esto no parece probable que maniobre en el medio plazo para postularse a presidente, pues una remodelación gubernamental tan amplia (sólo conserva tres consejeros de los que comenzaron con él en 2009) es delicada de apuntalar, y no parece el momento más oportuno para dejar el cargo.
Y además de todo esto, otras muchas suposiciones y maquinaciones revolotean entre territorios alejados de la meseta, pero nada suficientemente contrastado. Los principales bandos bajo la batuta del presidente están cada vez más claramente definidos en su distanciamiento, pero la situación, no obstante, puede ofrecer aún muchas sorpresas…
Desplegadas las más notorias intrigas de la corte, es imposible sacar conclusiones con un panorama de equilibrios de poder tan fragmentado. Lo que es incuestionable a día de hoy es que la posibilidad de una sucesión forzosa está removiendo las aguas del partido, y estoy convencido de que irán aflorado los frutos de tantas tensiones internas a medida que se desarrolle la trama, más allá de banales cruces de reproches entre ministros. El Presidente, dice Underwood, es «como un árbol en una llanura solitaria, que se inclina hacia donde el viento sopla más fuerte». Por ahora, no obstante, parece que el único capaz de soplar es Albert Rivera; y tanto, que pronto va a conseguir que el gélido cierzo llegue hasta Madrid.