Revista Salud y Bienestar

El cigarrillo mañanero

Por Edu_rob
Dicen los expertos que el cigarro que te fumas durante los primeros 30 minutos después de levantarte es el más peligroso. Dicen que mata más que el resto. Dicen que multiplica la nicotina que va a parar a la sangre. Y dicen, en definitiva, que esa calada madrugadora incrementa el riesgo de padecer un tumor.
Quiere ello decir que no sólo importa el número de cigarrillos que aspiras al día. Quiere ello decir que no sólo importa el número de años que llevas fumando. Quiere ello decir que también importa el momento del día, o de la noche, en el que se enciende el primero.
Lo que pasa es que los fumadores suelen tener mucho ‘sentido del tumor’. Y suelen torear estos estudios científicos con ironía y sarcasmo, defendiendo su libertad para buscar el camino más rápido hacia el cielo, o hacia el infierno, a su manera.
Y razón no les falta. Al menos a mí así me lo parece. Porque siempre y cuando aspiren para sí mismos sus malos humos y tengan capacidad suficiente para financiar sus bocanadas, el problema lo tiene quien quiera meterse en los problemas de otros. Que no es mi caso.
A mí lo que me importa es la terrible involución de la estética del fumador. Ésa que ha dejado grabadas escenas de leyenda en los archivos de las filmotecas a base de verdaderos fotogramas de seducción.
Porque, hasta hace muy poco, el cigarrillo que importaba era el de después. El que se iniciaba cuando terminaban los secretos de la carne. El que quedaba unido a una indestructible amistad. El que actuaba de alucinógeno frente a las miserias del mundo.
O el que se ingería de rabia por las cosas irrealizables. O el que seguía el itinerario del fracaso o de la muerte. O el cigarrillo del antihéroe. O el cigarrillo del inadaptado. O el cigarrillo del que saboreaba la pereza. O el del vagabundo de pensamiento. O el de los espíritus atormentados.
Y yo no fumo. Ni he fumado nunca. Y supongo que ya no me dé por fumar. Por eso quizá me da por escribir sobre el cigarrillo de ficción, siendo ajeno a su realidad. Como si fuera un argumento invisible. Y es que, al escribir, te olvidas un poco del mundo.
Espero que no le moleste.

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