Revista Cine

El cine que no vimos/LIV

Publicado el 27 junio 2013 por Diezmartinez
El cine que no vimos/LIV
Estamos en Nápoles. La cámara aérea del recién fallecido Marco Onorato (Donatello 2012 a Mejor Fotografía por este trabajo) sigue durante tres minutos, sin corte alguno, el trayecto de un carruaje que entra a un palacio que luego se descubrirá como un enorme hotel. A continuación, una pareja de novios baja del carruaje y, en un elegante pull-back shot de más de dos minutos, vemos cómo se acercan al lugar en donde se casarán. Más tarde, ya en la pachanga, el plato fuerte de la fiesta: en otra toma extendida de más de dos minutos, cierta celebridad llamada Enzo (Raffaele Ferrante) -¡nada menos que concursante del Grande Fratello aka Big Brother!- llega a la boda, saluda a la concurrencia, da un mensaje harto trascendente ("¡Never give up!"), se deja cabulear por un pariente de los novios vestido de drag-queen y, sin parpadear, pasa a otro salón de ese mismo hotel a seguir la misma rutina, porque eso de ser una celebridad es muy cansado -y también muy importante: un helicóptero espera a Enzo para, seguramente, llevarlo a otra boda en donde seguirá cobrando por haber salido en el Grande Fratello. De todo esto es testigo admirado el susodicho pariente disfrazado de drag-queen, Luciano Ciotola (el cuarentón debutante Aniello Arena, excamorrista condenado a prisión perpetua: actor por el día, preso por la noche), el extrovertido dueño de una pescadería además de transa ocasional,  que, como acostumbra salir en las fiestas vestido como doñita o trasvesti, su propia familia le dice y le vuelve a decir que tiene el suficiente talento para salir en la tele. Así pues, cuando en algún centro comercial de la ciudad se lleva a cabo una audición para elegir a la nueva generación del Grande Fratello, Luciano se deja convencer para ir y hacer una prueba. Unos días después, el mundo empezará a dar vueltas al alrededor de este pobre diablo cuando reciba una llamada de Roma con la orden de presentarse en Cinecittá para una segunda audición. Luciano está seguro: ¡será la nueva estrella del Grande Fratello! Reality (Italia-Francia, 2012), el más reciente largometraje de Matteo Garrone (Gomorra, 2008), filme ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes 2012, nos remite, irremediablemente, a la obra mayor neorrealista Bellísima (Visconti, 1952). Sólo que, en esta ocasión, la obsesión por la fama no proviene de una luchona madre de familia (Anna Magnani) que busca que su hijita se convierta en estrella de cine, sino de este alegre y dicharachero pescadero que empieza a abandonar la realidad en la que vive por el "reality" en el que quiere vivir. Garrone y su cinefotógrafo Onorato han construido una puesta en imágenes notable por su elegancia y fluidez. La cámara flota por encima y entre los personajes en largas tomas por las que seguimos a un Luciano  que va perdiendo, poco a poco, todo lo que tiene: renuncia a sus timos porque no quiere que "la gente de la televisión" se entere, vende su puesto de pescados en la plaza porque sabe que no tendrá tiempo de atenderlo cuando se haga famoso, empieza a regalar muebles y dinero para dar una buena impresión a la gente que lo está vigilando y está convencido (¡ja!: ¿no es obvio?) que un grillo que entró a su casa es, en realidad, una mini-cámara por el cual los productores del Grande Fratello lo están viendo. La película finaliza, apabullante, con el mismo impulso con el que inició, solo que en sentido contrario: la cámara se eleva por los aires para mostrarnos -un poco al estilo de la prima hermana argentina El Último Elvis (Bo, 2012)- el invencible "reality" en el que vive, ya para siempre, aislado, feliz, satisfecho, Luciano Ciotola. Alguien lo está mirando. Él lo sabe y no lo pueden engañar. 

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