Revista Cine

El cine que no vimos/XLIII

Publicado el 23 diciembre 2011 por Diezmartinez
El cine que no vimos/XLIII Dibujo de Karthik Abhiram
Tal vez deba de cambiar el nombre de esta sección del blog. O agregarle el adverbio respectivo: "el cine que no vimos... comercialmente". Y es que al hincarle el diente a la trilogía nunca estrenada en México Pusher (Dinamarca, 1996), Pusher II (Dinamarca-GB, 2004) y Pusher 3 (Dinamarca, 2005), del danés internacionalizado tan de moda Nicolas Winding Refn, no le estoy descubriendo nada al lector habitual de este blog. De hecho, estoy seguro que la mayoría de los lectores de Vértigo ya han visto alguna sino es que todas las cintas de Winding Ren. Es natural: en estos tiempos -los mejores en cuanto a la cinefilia se refieren, insisto- si alguien no conoce de un cineasta es porque no ha querido conocerlo. Como, mea culpa, había sido mi caso.Pero, señor juez, tengo la disculpa -sé que es muy común, pero no por ello menos cierta- de la falta de tiempo. Así que, a pesar de que el nombre de Winding Refn ha aparecido en varias ocasiones en la mejor revista de cine que conozco -Sight and Sound-, en algunas listas de lo mejor del año desde 2008 para acá, y en pláticas con Agustín Galván, lo cierto es que apenas en este diciembre de 2011 me he dado el tiempo de ver todo su cine, preparándome para el estreno, por supuesto, de Drive (2011).
El cine que no vimos/XLIII
Y si había que empezar a conocer al danés educado en Nueva York y Copenhagen Winding Refn había que iniciar, Perogrullo obliga, con el principio. Pusher, la opera prima del egresado de la Escuela de Cine Danesa es un entusiasmado y entusiasmante ejercicio de estilo que logra trascender sus homenajes más obvios -al Scorsese de Calles Peligrosas (1973) y Buenos Muchachos (1990), a los ritmos conversacionales del primer Tarantino, al estilo "sucio" y "realista" de esa tomadura de pelo que fue el movimiento Dogma 95- gracias a un entusiasmo contagioso que, si bien no vuelve entrañable a sus personajes demasiado bien calculados, sí hace imposible dejar de interesarnos en ellos, incluso en su final en lógicos y contundentes puntos suspensivos.En el párrafo anterior mencioné el seminal filme scorsesiano Calles Peligrosas. Ese nombre bien podría haber llevado toda la trilogía, de hecho. Para Agustín Galván, las tres Pusher retratan la vida y la muerte en las peligrosas calles danesas. Yo agregaría, además, otro adjetivo: las calles son peligrosas y multiculturales. El retrato que hace Winding Refn en estas tres cintas de la Dinamarca de hoy -especialmente en la tercera película, la mejor de ellas-es rico, sí, pero también desesperanzador: las tensiones entre los nativos daneses -o sus vecinos suecos- con los inmigrantes de todo tipo -serbios, turcos, albanos, polacos y demás- es tal que basta una broma pesada para que la sangre empiece a correr. Después de la presentación de los personajes principales de la cinta con todo y sus nombres en la parte inferior del encuadre -el dramatis personae que Winding Refn repetirá en las dos secuelas y en su segundo largometraje, el quebrado Bleeder (1999)-, el filme se centra en la complicada vida a toda velocidad del traficante de heroína Frankie (Kim Bodnia), con novia prostituta desprecidada Vic (Laura Drasbæk) y socio y mejor amigo-rival Tonny (jovencísimo Mads Mikkelsen, cual émulo acaso traicionero del Johnny Boy del Robert de Niro de Calles Peligrosas).Frankie es un buen sobreviviviente en el rudo ecosistema del distrito de Vestebro, el barrio bravo de Copenhagen. Como buen dealer que es -o buen puchador de droga, para decirlo en mexicano-, Frankie siempre está comprando y vendiendo y, por lo mismo, siempre le debe dinero a alguien y siempre le está cobrando a otros. El problema es que le debe ya demasiado al gangster serbio engañosamente afable Milo (Zlatco Buric), quien quiere ver su dinero ya. Así, cuando a Frankie le sale una jugosa oportunidad de negocio -vender una buena cantidad de heroína a un sueco excompañero de prisión-, el voluntarioso puchador le pide en consignación la droga a Milo, con la condición de regresar en unas cuantas horas a pagarle el precio de la droga y, además, lo que le debe. Por desgracia, la compra/venta termina en corretiza policial y, de aquí en adelante y hasta el final del filme, en corretiza existencial. Cual Peña Nieto tratando de salir del atolladero de dar una lista de libros, cada vez que Frankie quiere salir del hoyo en el que se encuentra, más se hunde.La puesta en imágene de Winding Refn -cámara en mano siempre en movimiento de Morten Søborg- es el vehículo perfecto para seguir el frenesí de Frankie que sabe que no puede ni debe detenerse. En su última parte, incluso, es inevitable recordar algunos segmentos de Buenos Muchachos en los que la narrativa visual parecía contagiada por la exaltación del protagonista, el gangster cocainómano interpretado por Ray Liotta. También es notoria la influencia de Scorsese en la relación que tienen Frankie y Tommy. Como en Calles Peligrosas, en Pusher hay una camaradería conflictiva entre los dos amigos, sólo que aquí no hay  dependencia paternal, sino una clara rivalidad expresada en las guarradas de Tommy o en el aire de superioridad de Frankie. No importa: el rompimiento fraternal de los dos amigos será el problema menos importante de Frankie. Literalmente, no se la va a acabar... y no sabe ni siquiera cuándo se la va a acabar.
El cine que no vimos/XLIII
En Pusher II Frankie no está a la vista, pero sí Tonny, quien acaba de salir de prisión. Tonny es, ahora, el protagonista, uno mucho más pasivo de lo que fue Frankie. Con todo y que pide "respeto" por el tatuaje que tiene escrito en la nuca, Tonny nunca tendrá el respeto de nadie: no de las prostitutas que se ríen de él porque es incapaz de lograr una erección, no de su novia reaparecida Charlotte (Anne Sørensen) quien le enseña a su hijo de meses que no conocía, no de su camarada puchador Kusse-Kurt (Kurt Nielsen) que lo deja colgado de la brocha cuando un negocio sale mal y, sobre todo, no de su implacable padre Smeden (Leyf Sylvester) que lo desprecia y lo ve como un auténtico fracasado.De los tres Pusher, éste es el menos logrado. Estilísticamente, es muy similar -nuevamente la ágil cámara en mano no conoce el descanso, otra vez el grano reventado del filme, de nuevo la toma sostenida de uno o dos minutos- pero en esta ocasión el tremendismo termina imponiéndose claramente. De hecho, por la historia misma -un tipo busca no la redención pero sí su identidad frente a un padre que no lo quiere y con un hijo de brazos que desconoce- estamos, a ratos, más en el terreno de un melodrama negro y violento a la Ripstein -aunque, eso sí, sin la abyección que caracteriza a los personajes más recientes del cineasta mexicano.
El cine que no vimos/XLIII
El tono solemne, entre bíblico y edípico, de Pusher II mina algo de su fuerza dramática, misma que recuperará en Pusher 3, la más satisfactoria de la serie acaso por ser la menos predecible. La tercera parte inicia con Milo -el gangster serbio de la primera parte que aparece también en una escena clave de la secuela- asistiendo a una junta de Narcóticos Anónimos. ¿De verdad Milo está dejando la droga? ¿Y también sus negocios ilícitos? ¿A poco nomás se va a dedicar a cocinar y a atender su restaurante, como lo hacía en la primer Pusher?Muy pronto nos damos cuenta que sí, que la rehabilitación es en serio -bueno, más o menos- y que no, que Milo no ha dejado su profesión de mafioso. Sin embargo, como en las dos anteriores cintas, un negocio saldrá mal y Milo tendrá que lidiar con sus pocas-pulgas proveedores albanos, con cierto tratante de blancas polaco con todo y jovencita negociable, con su puchador truco alebrestado y respondón Muhammed (Ilyas Agac) y hasta con la organización de la fiesta de cumpleaños 25 de su mandona hija Milena (Marinela Dekic), casada con el bueno-pa'-nada taxista/puchador Mike (Levino Jensen).Otra vez, con un estilo visual idéntico y tal como seguimos a Frankie en su infernal semana de mala suerte en el primer Pusher, en esta tercera parte seguirmos a Milo pero a lo largo de 24 horas, en las que tendrá que resolver desde los problemas más grandes -negociar con el dueño del local en donde será la fiesta por las flores y los globos extras que quiere la caprichosa de su hija- hasta los más pequeños -el ocultamiento de un par de cadáveres que salieron como producto indeseable de un trato que no terminó bien-, pasando por sus esfuerzos para no caer de nuevo en la droga y la molestia de que sus dos guaruras no pueden ayudarlo en nada porque se han enfermado del estómago al comer un guiso tradicional en el restaurante del propio Milo.De las tres cintas, Pusher 3 es lo más cercano a una comedia que he visto en toda la obra de Winding Refn -aclaro: me falta ver Fear X (2003), Valhalla Rising (2009) y Drive-y, también, su atribulado gangster Milo es el protagonista más agradable -o menos destestable, pues- de toda la galería de emblemáticos personajes masculinos que he conocido. Milo se sabe viejo y que hay jóvenes esperando ocupar su lugar, sabe que no puede vencer a su dura hijita-de-papá, se ve obligado a tratar con drogas que no conoce (unas pastillitas llamadas éxtasis) y, por si fuera poco, la Dinamarca en la que, se entiende, ha vivido desde hace tiempo, se vuelve cada vez más compleja, con otros inmigrantes mejor integrados y/o más violentos que él mismoApunté arriba que Pusher 3 me parece la más satisfactoria de la trilogía: por la humanización -que no justificación/idealización- de su personaje central, por la ausencia de citas/homenajes cinefílicos, por su ausencia de tremendismo jodidista y porque el guión, escrito por el propio cineasta, es genuinamente impredecible. Cuando uno espera, por lo que se ha visto en las anteriores Pusher, que la cinta vaya por un lado, termina tomando otra ruta. ¿La mejor película de Winding Refn hasta el momento es Pusher 3? Creo que sí: a menos que Valhalla Rising o Drive me hagan cambiar de opinión.

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