Revista Cine
Martha Marcy May Marlene (Ídem, EU, 2011), opera prima de Sean Durkin -ganador en Sundance 2011 al premio de Mejor Director por este filme- se coló en las listas de lo mejor del 2011 en varios círculos críticos en Estados Unidos y fue exhibida en competencia en la sección Una Cierta Mirada de Cannes 2011 pero en México, inexplicablemente, nunca llego a las pantallas comerciales. Yo la pude revisar hace unos días en DVD, espulgando la sección de “previamente vistas” en el Blockbuster más cercano a mi casa. El disco de marras es ascético –sólo trae de extra un cortometraje relacionado con el filme principal- pero la cinta vale mucho la pena. Escrita por el propio cineasta debutante Durkin, la cinta está centrada en el personaje del interminable nombre original del film, Martha Marcy May Marlene, interpretado por la hermana menor de las gemelas Olsen, Elizabeth. De hecho, el nombre verdadero de la muchacha es Martha, pero cuando ella cae en el dominio del líder sociópata-hippioso-religioso Patrick (John Hawkes, con apostura de un Charles Manson del siglo XXI), es “rebautizada” como Marcy May. La razón del tercer nombre, Marlene, se conocerá hacia el final, como una cruel revelación de los límites que traspasó la jovencita dentro de este criminal culto. El filme está ubicado en dos espacios físico-temporales: el presente, cuando Martha ha huído del dominio de Patrick para buscar refugio en la elegante casa de su hermana mayor Lucy (Sarah Paulson) y su estirado marido británico Ted (Hugh Dancy); y el pasado, desde que “Marcy May” entró a formar parte del culto dirigido por Patrick –una granja/comuna ubicada en algún lugar cercano a Nueva York- hasta que escapa (pero, ¿de verdad se escapa?), aparentemente traumatizada por lo que sucede en cierta escena clave en la última parte de la película. Durkin y su editor Zachary Stuart-Pointer han armado este rompecabezas visual/narrativo con notable eficacia: pasado y presente se van alternando, sin que sepamos, a veces, en qué momento estamos en la lucha interna de Martha Marcy May Marlene. Porque este es el tema del filme: no tanto el culto liderado por el carismático y maligno Patrick, sino la tensión que provoca ese enigma (¿ese signo vacío?) que termina resultando la muchacha. El final en puntos suspensivos es demasiado brusco para mi gusto –no por su ambigüedad, sino por su irresolución-, pero entiendo que Durkin no estaba interesado en un desenlace convencional, sino en provocar una profunda desazón, una terrible inquietud, en el expectante espectador, mantenido al filo de la butaca. En mi caso, logró su cometido.