Revista Cine

El cine que no vimos/XXI

Publicado el 03 abril 2010 por Diezmartinez
El cine que no vimos/XXI
El cine de Edward Yang nunca fue conocido comercialmente en México. Y escribo en pasado porque Yang murió prematuramente en 2007, antes de cumplir los 60 años de edad. Así que si alguien quiere hacer una retrospectiva personal de este cineasta chino nacido en Shanghai pero cuyo trabajo fue realizado en la "provincia rebelde" de Taiwán, tendrá que navegar en amazon.com o en yesasia.com y perderle el amor a unos cuantos billetes verdes.
Por fortuna para la economía personal -aunque por desgracia para el arte fílmico- Yang dirigió solamente siete largometrajes y el último que realizó, Yi Yi (Taiwán-Japón, 2000), el más famoso de todos, lo consolidó como el gran cineasta taiwanés de su generación, codo a codo con el canónico Hsiao-hsien Hou. La cinta no sólo le hizo ganar el premio a Mejor Director en Cannes 2000 sino que, con el paso de los años, el filme se convirtió en una especie de obra de culto del cine oriental visto desde Occidente, a tal grado que en las innumerables listas de lo mejor de la década que aparecieron hace unos meses, Yi Yi fue una presencia constante.
Yo la vi hace varios años y en estos días la volví a revisar, con la curiosidad de probar si mi visión del séptimo y último largometraje de Yang había cambiado de una u otra manera. Más bien, creo que se asentó. Se trata de una riquísima -por lo sugerente, por lo intrincada, por lo novelística- obra fílmica que, ambientada firmemente en Taipei a finales de los noventa, resulta de todas maneras un sensible acercamiento a las dificultades de la vida familiar urbana en cualquier parte del mundo. Vamos: lo que les sucede a los Jian les podría pasar a cualquiera.
El guión, escrito por el propio Yang, está centrado en la familia clasemediera Jian. El padre, NJ (Nien-Jen Wu), es socio en una firma de software y, mientras trata de forma honesta de llegar a un acuerdo con cierto diseñador japonés de videojuegos en Tokio, el fortuito encuento con su novia de la infancia, Sherry (Su-Yu Kon), le hace cuestionarse el rumbo que ha tomado su vida. Al mismo tiempo, su esposa Min-Min (Elaine Jin) no soporta ver el estado en el que se encuentra su anciana y comatosa madre, así que se refugia en un retiro budista, abandonando temporalmente a su familia. Los hijos de NJ y Min-Min -la adolescente Ting-Ting (Kelly Lee) y el curioso y precoz niño de ocho años Yang-Yang (Jonathan Chang)- tendrán, pues, que valerse por sí mismos. Los papás estan y no están presentes en sus vidas.
Durante las casi tres horas de duración de la película -que se van como agua- el interés de Yang pasa de los dilemas adultos del bienintencionado NJ a los conflictos juveniles de la confundida Min-Min a los asombrados descubrimientos de Yang-Yang, sin dejar de lado a otros personajes, especialmente al cuñado bueno-para-nada de NJ, Ah-Di (Hsi-Sheng Chen); y la joven vecina de los Jian, la pianista Li-Li (Adriene Lin) y su celoso novio "Fatty" (Pang-Chang Yu).
La cámara fotográfica que carga en todo momento Yang-Yang es una suerte de metáfora del filme mismo: el silencioso niño ha decidido capturar todo lo que ve a su alrededor, aunque las fotos que toma es de aquéllo que los propios sujetos no pueden ver, como la espalda o la nuca. Esas imágenes están cono nosotros pero no podemos verlas. Así, Yang-Yang les ofrece a sus modelos lo mismo que el director Yang nos ofrece a nosotros: la vida simple, sencilla, elemental, de cualquier familia nuclear, con todo y sus ceremonias emblemáticas -el nacimiento de un sobrino, la boda de un hermano, la muerte de la abuela-, con todo y sus problemas más comunes -el trabajo, la enfermedad, el descubrimiento del amor. Es lo que le sucede a cualquiera de nosotros, parece decirnos Yang, pero es más fácil verlo desde afuera que desde adentro. Podemos ver la nuca de los demás, no la de nosotros.
La realización de Yang es más amigable que la de su compatriota Hou. Es cierto que privilegia los planos alejados y que hay pocos close-ups, es cierto que se niega a ayudar al espectador con diálogos demasiado informativos, pero también es cierto que lo que le sucede a los Jian no es nada extraordinario. La densidad de un filme como Yi-Yi radica en la enorme cantidad de detalles dramáticos que nos va entregando Yang y la forma en que la historia (las historias, mejor dicho) se van entrelazando, y no tanto en los manierismos visuales/metafóricos de la puesta en imágenes. Yang, por lo menos en esta película, fue un cineasta directo, engañosamente sencillo, pero nunca simple: su cine se queda rumiando dentro de nosotros durante mucho tiempo. No es un cine de fácil consumo. Es para verlo, volverlo a ver y llevarlo siempre consigo.

Volver a la Portada de Logo Paperblog