Revista Cine

El cine que no vimos/XXXI

Publicado el 29 agosto 2010 por Diezmartinez
El cine que no vimos/XXXI
Aquí y en otras partes he escrito largo y tendido sobre la obra del joven cineasta judío-bonaerense Daniel Burman, mejor conocido internacionalmente por una serie de filmes paterno-filiales que inició con El Abrazo Partido (2004) y ¿terminó? con El Nido Vacío (2008), exhibido en la Ciudad de México en el Séptimo Festival Internacional de Cine Judío. En medio de estas dos cintas está la discreta Derecho de Familia (Argentina-Italia-España-Francia, 2006), que nunca mereció estreno comercial en México aunque ha podido verse en la televisión de paga desde hace rato.
Usé el adjetivo "discreta", esperando que no suene de manera despectiva. El quinto largometraje de Burman es una engañosamente sencilla comedia de costumbres que retrata la relación que tiene el treintón abogado dedicado a la docencia Ariel Perelman (Daniel Hendler, ¿quién más?) con su padre, el también abogado, pero litigante y mucho más exitoso, Bernardo Perelman (Arturo Goetz). La cinta es narrada en off por Perelman hijo, quien inicia su crónica/confesión de vida con el retrato de su padre viudo, un sonriente y eficaz abogado, infalible e incansable, que le cae bien a todo mundo, porque con todo mundo encaja a la perfección, cual Zelig conosureño. La relación entre padre e hijo puede que sea más o menos distante, pero no tirante, nunca dificil: Ariel admira a su padre, pero sabe que no puede ser como él. Y, evidentemente, no quiere ser como él. Perelman hijo es defensor de oficio y se dedica a la docencia, se enamora de una de su alumnas (guapa Julieta Díaz) para luego casarse con ella, tienen un hijito despierto y simpático llamado Gastón (Eloy Burman, hijo del cineasta) y... no mucho más. No hay un conflicto directo en Derecho de Familia, en el sentido melodramático del término. Y la comedia que aparece en el guión, escrito por el propio cineasta, es la del tipo que nos hace sonreír, no carcajear.
Y, sin embargo, la calculada discreción de Burman en la historia y en la ejecución de la misma, llena de elipsis narrativas, paga buenos dividendos. No terminan de correr los créditos finales del filme cuando uno empieza a rumiar todo lo que ha visto y lo que ha dejado de ver. Las conexiones con la vida de cualquiera de nosotros aparecen y la sonrisa o el nudo en la garganta, también.
Derecho de Familia trata de todo eso que se da por entendido, que no se dice abiertamente, que se olvida o que se da por enterado: esos pequeños intercambios, esas miradas furtivas, esos valores compartidos o confrontados que forman la vida familiar en general y la relación padres/hijos en particular. Aquí no hay tragedias insolubles sino el olvido del cumpleaños del papá, aquí no hay secretos inconsables sino ciertas omisiones inocentes que a nadie hacen daño. Y las lecciones aprendidas no se subrayan pero se entienden: Perelman hijo ve a su precoz niñito Gastón, vestido como él en cierto festival infantil de fin de cursos, pero amorosamente no se hace ilusiones ni tiene mucha prisa: "que se parezca a mí cuando quiera, si es que quiere".

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