Aprovechando el puente de la Constitución llevamos a Montse al circo. El aprendiz de padre y yo fuimos un poco «a la fuerza» pues no somos partidarios de los espectáculos con animales, pero el sacrificio valió la pena. Montse disfrutó plenamente del show. Lo más divertido de la jornada circense fue el principio. La pequeña siendo hija única, nieta única, sobrina única… es en nuestra familia siempre el centro de atención. Padres, abuelos y tíos le aplauden hasta la gracia más simple.
Tal vez fue por eso que, en la primera ovación del público, la peque giró la cabeza sorprendida de que todos le aplaudieran.
Está convencida de que cada vez que alguien aplaude es por ella y para ella. Al término del primer número se acostumbró a su efusivo público y pudo seguir disfrutando la función. Le impresionaron los leones, los payasos, los dromedarios y unos ponys argentinos (eso decía el cartel). Pero quedó boquiabierta cuando en el escenario aparecieron Mickey Mouse y el pato Donald.
Los personajes de Disney salieron de la pista para saludar a los niños. Donald se acercó a Montserrat y le cogió la mano a la vez que le acariciaba la cabeza. No hubo tiempo de sacar el móvil para hacer la foto, Montse exclamó un apasionado: «¡¡¡Hala!!!» y abrió la boca todo lo que pudo. Esa fue la estampa que quedó grabada en su cabecita.
«E pato aaló mi mano».
Lo repitió sin cesar durante toda la tarde. Se lo contó a sus abuelos, a su tía, a mis tíos, al perro, a sus muñecos y a todo el que quisiera escucharla. «E pato aaló mi mano».
Esa noche, cuando sus ojos ya estaban cerrados y su mejilla reposaba tiernamente en su almohada repitió por enésima vez: «E pato aaló mi mano». Simplemente inolvidable.