Recogida de aceituna
María me contaba con frecuencia que tenia nueve años cuando empezó a trabajar, allá por los años 50. Sus padres servían a un terrateniente granadino y ella, que apenas pasó dos años en el colegio, tuvo que empezar a recoger aceituna a esa edad. Antes ya cuidaba de sus hermanos mientras su madre limpiaba la casa de los señores.
Con 18 se casó con el hijo de unos vecinos y buscaron fortuna en la capital. En Madrid él encontró trabajo como aprendiz en un taller mecánico y ella, ante la imposibilidad de seguir con la faena en el campo hizo lo único que sabía, limpiar casas ajenas. Trabajaban como burros y prosperaban. Tuvieron dos hijos y consiguieron comprar una casa en un barrio obrero a las afueras de Madrid.
Muchos días, mientras yo desayunaba y ella no paraba de moverse por la casa, me decía que se sentía muy afortunada, que sus padres apenas habían tenido para comer, por no hablar de una educación o una asistencia médica y sin embargo ella tendría una pensión, un médico y sus hijos podrían educarse si querían.
Le perdí la pista hace años. Es probable que ya no esté con nosotros, lo que le ahorrará saber que con sus nietos se cerrará un lamentable círculo en el que se volverá casi al principio. Trabajarán sin derechos y por una miseria, no tendrán acceso a una educación igualitaria y no podrán pagarse una sanidad privada, única garantía de tener una atención médica en condiciones. Si quieren ganarse el pan tendrán que volver a servir a unos señores terratenientes, sean o no de Granada.
Me acuerdo mucho de María últimamente. Me acuerdo de sus sacrificios y de lo baldíos que han resultado ser…