Es prácticamente imposible resistirse a la magia narrativa (al imán narrativo) de la gallega Emilia Pardo Bazán. Y yo, que descubrí esa verdad desde mi primera aproximación a sus páginas, ni siquiera hago el esfuerzo de intentarlo. Para qué empeñarse en nadar, como los salmones, a contracorriente. Así que dejo un café con leche al alcance de la mano, me quito los zapatos, acomodo bien la espalda en el sillón y abro las páginas de El cisne de Vilamorta. De inmediato, mi mente se encuentra en una pequeña población gallega, salpicada de viñedos, donde un joven de escaso talento, pero de singular petulancia, Segundo García, emborrona papeles con versos que se obstinan en acercarse al esplendor becqueriano. Su padre, abogado y persona práctica, lo juzga un zangolotino sin más ambición que el humo que puebla su cabeza; sus vecinos, un inofensivo soñador que tiende a la extravagancia. En cambio, la maestra de la localidad, Leocadia (a quien se nos describe como una mujer poco atractiva, por culpa de una antigua infección de viruela que erosionó su rostro), bebe los vientos por él y no duda en emplear su dinero en procurarle caprichos y, llegado el caso, en sufragar la edición de sus producciones en la capital de España. Segundo se deja querer, aunque sus ojos se orientan de inmediato hacia Nieves, la joven y rubia esposa del ministro don Victoriano Andrés de la Comba, que ha venido a su lugar de origen para recuperarse de una dolencia que lo tiene mohíno y para darse un baño de adulación. Pocas explicaciones será necesario añadir: la imposibilidad de ese deseo amoroso (ella es casada y honorable); los celos que destrozan el alma de un ser inocente (la pobre Leocadia sufre, en silencio, sin abrir los labios); la frustración de una niña, hija de Nieves, que se enamora de Segundo y también padece por no ser correspondida (con ese hiperbólico sufrimiento de la adolescencia); las murmuraciones cazurras y provincianas del entorno… Emilia Pardo Bazán, que nos deja retratos impagables de los salones de época, de los bailes típicos, de los espectáculos de fuegos artificiales y de los rituales de la vendimia, nos invita a viajar por el interior de varias almas para mostrarnos con nitidez maravillosa algunos perfiles del espíritu humano y que extraigamos de ellos aprendizaje: el esfuerzo por alcanzar la gloria, la abnegación, el despecho, la altanería, la ignorancia, la desolación…
Salgo entre aplausos de la novela y, desde luego, decidido a adentrarme por más narraciones de esta prodigiosa escritora.