Edición:Minúscula, 2002 (trad. Valeria Bergalli)Páginas:141ISBN:9788495587138Precio:10,00 €
«Definirlo como un prado especial sería excesivo. Era un prado cualquiera, situado en medio de un bosque de robles, pinos negrales y matas de enebro». Así comienza El claro del bosque (1992), la única novela de Marisa Madieri (Fiume, 1938 – Trieste, 1996), una autora que, pese a ser muy poco prolífica —además de este libro, solo publicó un diario, Verde agua(1987), una obra extraordinaria en la que rememora su infancia en un campo de refugiados, y diversos cuentos en revistas y antologías—, es considerada un referente de la literatura triestina del siglo XX, junto con el que fue su esposo, Claudio Magris. Después de una niñez marcada por la escasez, la Madieri adulta se mostró comprometida con los menos favorecidos, un compromiso también presente, a su manera, en su producción literaria. El claro del bosque narra una delicada fábula sobre una margarita, desde su nacimiento hasta su muerte. Ningún tema político ni social, en apariencia; entre líneas, sin embargo, estas páginas condensan con mucha sutileza los grandes conflictos de la existencia humana. La margarita, llamada Dafne (como la ninfa convertida en laurel), nace, como anuncian esas primeras líneas, en un prado cualquiera. Ella misma es una margarita cualquiera; tan solo, quizá, tiene la curiosidad más acentuada que sus compañeras. Dafne crece haciéndose preguntas, tratando de comprender lo que la rodea. Su mundo es tan reducido como el claro del bosque, contemplado, además, desde la baja altura de una flor, que apenas vive unas pocas semanas. Sin embargo, como sucede en las novelas situadas en un pueblo, lo minúsculo retrata una realidad compleja, una verdad que trasciende sus límites espaciales. «La literatura, quizá, era sobre todo el reino de la verdad» (p. 76), escribe Madieri. Como la propia Dafne se plantea, tal vez las mejores vistas, los proyectos más ambiciosos, no están a su alcance; pero, por el contrario, «ciertos detalles se pueden admirar solo de cerca» (p. 47), y en esos detalles, en esa exploración del entorno inmediato, de sus matices, está todo, gracias a la mirada atenta de Madieri. Su estilo, como en Verde agua, es pulcro, de palabras justas y precisas; busca la máxima claridad para camuflar en ella múltiples lecturas.Madieri construye una particular sociedad de margaritas que mantiene un paralelismo con su homóloga humana: Dafne, la protagonista, podría ser una chica que se abre a la vida. En un principio, cuando es pequeña, Dafne está protegida por sus allegados (desde sus hermanas, cada una con una personalidad marcada, a su mejor amiga y otros miembros del grupo como la maestra o el médico). Durante esta época, Dafne, como una niña, sueña con las hadas, fantasea con lo desconocido, lo maravilloso. No obstante, a medida que crece, afronta la pérdida de inocencia: se enfrenta al distanciamiento de los padres, la muerte de los abuelos, las primeras relaciones íntimas. Entre los aciertos de la autora, destaca la advertencia de que la margarita no puede verse a sí misma: en el momento en el que las flores jóvenes se comienzan a preocupar por su aspecto, Dafne debe orientarse solo por lo que ve en las demás y lo que estas le dicen sobre ella; una metáfora lúcida de la incapacidad de ser objetivo con uno mismo.Este bosque, por otra parte, no es tan amable como puede sugerir la suave cadencia de las palabras de Madieri: un punto importante es la representación de la vejación de las mujeres en su despertar sexual. Las «parejas» de las margaritas son los insectos, cuyo contacto a veces se recibe con agrado y se establecen relaciones de larga duración, pero a veces resulta forzado y produce rechazo, como con los hombres que se propasan. Aunque los insectos no son la única ni la peor amenaza para ellas: en el bosque rondan otros animales, más grandes, más feroces; ese entorno que antaño llamaba la atención de Dafne ahora va asociado a la alerta ante el posible peligro. Y aún hay otro tema fundamental, inseparable de la biografía de Madieri: las guerras (enfrentamientos entre especies por ocupar el prado) y la inmigración (algunas flores, hasta entonces insólitas ahí, empiezan a expandirse por la zona). Siguiendo el aprendizaje de Dafne, la autora analiza las reacciones de temor y desconfianza, así como ese instante en el que la protagonista se da cuenta de que la naturaleza es inabarcable, que las especies (culturas) son inabarcables, y nunca llegará a saberlo todo. Vivir conlleva asumir las limitaciones de una vida, asumir que uno mismo no es el centro del universo.
Marisa Madieri
Estas meditaciones sobre el devenir de la existencia van en consonancia con las reflexiones que se hace la autora en su diario, Verde agua. Y es que, aunque lo disfrace de encantadora fábula floral, este libro es Madieri en estado puro. La personalización de un ser vivo tan frágil como una flor (en detrimento de un animal o una planta más imponente) pone de relieve su apuesta por dar la voz a los humildes, representados aquí en una especie tan quebradiza, y sin embargo tan hermosa a ojos de los hombres, como una margarita. Toda la novela se lee como una alegoría brillante de la sociedad humana, y la trayectoria de la margarita recuerda a la de las protagonistas de Natalia Ginzburg, unas mujeres que, como ella, reciben el azote de la vida cuando aún son demasiado jóvenes para comprenderla, pero aun así no caen en el pesimismo, celebran la riqueza de las experiencias («Si la margarita hubiese continuado durmiendo y soñando, ciertamente no habría sufrido nunca, pero tampoco habría tenido la alegría de ver la belleza de las cosas reales, ni habría conocido el amor, con todos sus riesgos», p. 69). Que nadie se engañe: a pesar de su tono plácido, de su finura, El claro del bosque no es una novela «blanda»; tiene su parte oscura, un desencanto que poco a poco invade a la margarita, y con ella, al lector. Una pequeña gran obra, en definitiva.